Hay un Urdaibai luminoso, arenoso y marino, dominado por el cielo azul y miles de personas buscando el descanso en los arenales de Sukarrieta, Laida o Laga. No obstante, en este reportaje intentaré compartir con el lector otra esencia de Urdaibai, la que se refiere a la quietud de sus marismas, sus ocultos arroyos, bosques, antiguos puentes y molinos de variada hechura.
Texto y fotos: Jon Benito
Para comenzar este viaje, echo la moneda al aire y sale cruz: margen izquierda del río Oka, que más allá de Gernika recibe la sal del Cantábrico y se convierte en ría, la ría de Urdaibai, prima donna de la Reserva de la Biosfera homónima y el mayor humedal de Euskadi.
Comienzo en la antigua tejera de Tellería (Murueta) y sus pantalanes semejantes a palafitos. El agua fluye con calma mientras una garceta blanca levanta el vuelo. Contemplando, respiro este aire con aromas de lodo y salitre…
Me dirijo ahora a Ekoetxea (Busturia), el centro de interpretación que explica la biodiversidad de Urdaibai. Un sinfín de paneles de la flora y fauna de la reserva hacen de este edificio una parada imprescindible para todo amante de la naturaleza.
Cerca, por las laderas occidentales del valle, descienden arroyos como el Amunategi y Mape, que por estrechas angosturas casi ignotas, crean bonitos saltos de agua. En uno de estos riachuelos, contemplo un muro de roca de varios metros de altura, poblado por un helecho tropical, Woodwardia radicans, refugiado aquí desde hace millones de años. Y lo curioso es que, junto a esta especie protegida, habita otra, la ranita patilarga (Rana iberica), muy rara en Euskal Herria. ¿No es fascinante que en un pequeño barranco escondido de Bizkaia cohabiten dos especies tan singulares?
Sigo hasta Mundaka. Sus calles de pescadores, el puerto, la fotogénica ermita de Santa Catalina, con el monte Ogoño al fondo, y la isla de Izaro en el horizonte no me cansan… Pero estoy aquí también para acercarme a la pequeña cala de Ondartzape, en cuyas pozas habitan algas de colores, estrellas y erizos de mar; y, junto a ellas —de nuevo vuelve la fascinación—, unas rocas repletas de fósiles de corales y esponjas de hace unos 100 millones de años, cuando Euskal Herria era el fondo de un mar tropical.
Mi periplo me conduce ahora a uno de los monumentos geológicos más visitados de nuestra tierra, San Juan de Gaztelugatxe y el islote de Aketx. Yendo a destiempo, cuando los humanos se han retirado, ese paisaje, que refleja la lucha eterna del mar contra la roca, sobrecoge a cualquier persona sensible.
Doy ahora un salto y me acerco a la margen derecha del río Oka, repleta de estímulos para un naturalista curioso.
Mi primera visita es al pueblo de Arratzu, donde se encuentra el mundo escondido del río Golako. Atravesar el puente románico de Artzubi (siglo XVI), acercarse a su bonita presa, caminar por su robledal y ascender pausadamente hasta la casa torre de Montalban (siglo XV) es una de las rutas más estimulantes que uno puede realizar en este Urdaibai silencioso.
Sin embargo, he de continuar, pues en el pequeño valle de Oma (Kortezubi) —una postal de la vida rural ya en extinción— me esperan dos joyas: la cueva de Santimamiñe, con pinturas de hace 13 000 años, y el nuevo Bosque de Oma, que tan bien funde arte y naturaleza.
Muy cerca, también se encuentra el molino de Bolunzulo, cuyo salto de agua discurre entre un sinfín de musgos y helechos para desaparecer por una hondonada kárstica como por arte de magia.
Pocos kilómetros después, llego al Urdaibai Bird Center, centro ornitológico de fama internacional en el que se pueden observar en directo las aves que habitan o recalan en las marismas. Una delicia.
En las proximidades, se ubica el singular molino de mareas de Ozollo, pero, por desgracia, ahora es una propiedad privada y no se puede visitar (la fotografía del reportaje es de 2009).
Me dirijo ahora hacia el pueblo de Ereño, pero, poco antes de llegar, visito una espectacular cantera, la del mármol rojo de Ereño, abandonada y con advertencia municipal de riesgo de desprendimientos. Veréis que esa roca rosácea contiene cantidad de vetas blancas curvadas. Son fósiles de rudistas, unos moluscos tropicales que vivieron hace 100 millones de años en el fondo marino. Los fósiles indican que la roca no es mármol, sino caliza, pero no importa, pues, una vez pulida, adquiere un bello aspecto que puede observarse en las columnas y otros elementos del Teatro Arriaga (Bilbao) y el propio Ayuntamiento.
Accedo ahora a Ereño para ascender a una de las mejores atalayas de Urdaibai: la ermita de San Miguel de Ereñozar (447 m) donde se ubicaban un castillo y una necrópolis de época medieval (todavía se pueden ver dos tumbas excavadas en la roca).
Sentado en la ermita, disfruto del inmenso paisaje: la ría, sus pueblos, el mar… Pero, como atardece, es hora de volver, y lo hago por la playa de Laga y el peñasco de Ogoño, inmune al oleaje. Acabo así este recorrido incompleto por algunos rincones con encanto de un inmenso Urdaibai que, más que descripciones, exige pausadas, pero repetidas caminatas.