El Sahel es la franja de tierra que separa el África sahariana de la subsahariana, cruzando todo el continente de este a oeste; es el límite entre dos mundos bien diferenciados. Por el oeste, el río Senegal, que nace en Malí, es la frontera entre ambos, además de serlo entre Mauritania y Senegal. Ahí es donde termina el inmenso desierto sahariano y empieza la sabana africana.
Tanto una parte del río (Mauritania) como la otra (Senegal) son territorios de sabana. Por la parte de Senegal, esta sabana se prolonga hasta el sur del país y constituye la mayor parte de su territorio, rico en fauna salvaje, árido unas veces y verde otras, por los bosques que la conforman.
Lo salvaje de la ruta. Fuera de toda ruta turística, sin ninguna infraestructura hotelera, apartado, recóndito, este camino que acompaña al río Senegal constituye, sin duda, una de las rutas más apasionantes que se pueden dar en el mundo. Como dato indicativo de lo poco pisada que está, voy a citar que en uno de sus pueblos llamado Kaskas, se les dio los nombres de Pedro (el que fue en este caso mi excelente compañero de viaje) y Andreu a un par de mellizos nacidos por esos días, en recordatorio y homenaje a nuestra estancia en dicho pueblo.
Lo aislado de la ruta y la falta de infraestructura tenía entre otras ventajas, para nosotros que somos viajeros y no turistas, lo hermoso que resulta ir descubriendo por uno mismo las cosas y la enorme y quizás mejor de las ventajas de saber que no nos íbamos a tropezar con esa plaga que es el turismo organizado.
El camino siempre llano sería un agradable paseo en condiciones normales, sin embargo el recorrido resulta de una dureza extrema, ya que África se manifiesta aquí con toda su crudeza climatológica, con temperaturas de hasta ¡45 grados a la sombra! En estas condiciones teníamos que empezar a caminar todos los días antes de la salida del sol, para parar sobre las 10:30 o las 11 horas, en las que el invariable viento seco y caliente del desierto empezaba a soplar, haciendo insufrible la marcha. Únicamente con el comienzo de diciembre la temperatura se suavizó un poco. Un día curiosamente se dio un inesperado y radical cambio, con lluvia incluida, cosa extraña en un país tropical en época seca; claro que eso pasó pronto para volver a lo habitual.
El calor es el peor enemigo del caminante; se necesita consumir mucha agua para evitar la deshidratación. La sed puede llegar a ser abrasadora, la lengua se pega al paladar, ingerir alimentos se hace insoportable y, en consecuencia, el agotamiento se produce mucho antes que con un clima frío.
Tribus que habitan en la ruta del río Senegal. En Senegal se dan muchas etnias, culturas e idiomas diferentes: Toucoulears, Peuls, Diolas, Sarakoles, Mandigas, Serenes, Malinkés, Wolofs… El Wolof que se habla en casi toda la costa, y el Poulaar, que es el idioma mayoritario en la ruta del río Senegal, son los más hablados. El francés es el idioma oficial de todo el país, con lo que resulta que para una mayoría que no lo habla (la ruta del río Senegal es un buen ejemplo de ello, donde es muy difícil encontrar a alguien que hable francés) es como ser extranjero en su propia tierra.
El río Senegal, cauce de aguas tranquilas, navegable en la época de lluvias, cuando se desborda su caudal riega las tierras que lo circundan sembradas a propósito para ello; es fuente de vida para las tribus que habitan en sus cercanías: los Toucouleurs, Sarakoles y sobre todo Peuls. Son muchos los pequeños pueblos que hay en la ruta y muchos más los poblados de cabañas en medio del bosque que forma la sabana.
La forma de vida de estas tribus, sobre todo de las que viven en cabañas, es primitiva, casi neolítica. Tal vez las diferencias más acusadas sean que ahora encienden el fuego con cerillas y que de vez en cuando aparece un radiotransistor, pero pocas más habrá.
La fuente de alimentación de toda esa gente es la agricultura elemental, básicamente el sorgo, blanco y rojo, la pesca (para los que están cerca del río) y el ganado, ovino y vacuno (abunda el toro cebú).
El régimen de comida es invariable: por la mañana se puede tomar un poco de café (casi agua), solo, o si se tiene, mojando un pedazo de pan. Una variante puede ser un poco de leche agria. Entre la 1 y las 3 de la tarde, en una especie de palangana se toma sorgo blanco (con pescado para los que están cerca del río, sin pescado para los que quedan más alejados); algunas veces (pocas), el sorgo se puede cambiar por arroz blanco. Y por la noche, lo que ellos llaman el cous-cous senegalés, consistente en sorgo rojo molido a fuerza de ser machacado, con las hojas, también machacadas y hervidas de un árbol llamado Jericó; la variante de esto consiste en ponerle leche al sorgo (mucho más agradable que con las hojas de Jericó).
Se come siempre en un recipiente común y con las manos. Después se toma algún té. Y eso es todo, durante todos los días del año. La penuria es absoluta.
El agua se extrae de pozos colectivos, preparados en los pueblos con ese fin. Las tribus que viven en cabañas y quedan alejadas de los pozos tienen que recurrir al río, y si también les queda lejos, a las charcas que en la época de lluvias forman zonas húmedas con fauna incluida. Es fácil entender lo importante que es para esta gente que la lluvia no falte cuando llega la estación. La sequía supone la desolación y la muerte para seres humanos y animales.
No hace falta decir que las condiciones higiénicas son nulas, y los muchos problemas de salud que acarrean en consecuencia: heridas, quemaduras y llagas en carne viva. Tuvimos que atender muchas heridas con nuestro botiquín.
En una ocasión, asistimos al ritual que una especie de brujo practicaba sobre la mano seriamente herida de un hombre; resultó inútil intentar curarlo con nuestro botiquín; tenía miedo al dolor creyendo que le íbamos a limpiar con alcohol y no sirvió de nada decirle que no se lo íbamos a aplicar; prefirió al brujo. No sé si las hierbas que después del ritual le dio para aplicarlas a la herida darían resultado. De lo que sí estoy seguro es que lo que no daría resultado (como no fuera negativo) es el hecho de que durante el ceremonial en el que pronunciaba una especie de palabras mágicas, escupiese sobre la mano herida.
Aparte de muchas heridas, enfermedades de los ojos, de la piel, parásitos intestinales en los niños, fiebres, desnutrición por falta de principios alimenticios, pobreza infinita…
Pobreza sobre un suelo rico. Sin embargo, el suelo de África es rico. No sé quién dijo que los gobiernos no tenían humanidad, sino intereses. Y es cierto… el despojo de unas tierras para derrochar en otras, la falta de humanidad de una política internacional cruel, la indiferencia…
Pero el despilfarro no sólo es patrimonio del mundo desarrollado, también hay lujo y derroche en el mundo subdesarrollado. Así en ciudades como Dakar nos podemos encontrar con supermercados llenos de todo (para los que pueden adquirirlo) y restaurantes donde se malgasta delante de las narices de gente que anda tirada por los suelos mendigando unas monedas. Ahí es todavía más cruel ya que el contraste es brutal. Evidentemente los gobernantes de esos países no tienen demasiado interés en que la sanidad, higiene, educación y la alimentación de sus pueblos progresen. Ellos, y con ellos, las clases acomodadas viven bien vendiendo sus países a intereses extranjeros.
Pero África es también otras cosas: es color, ritmo, belleza… sus gentes, el dibujo y colorido fascinante de los vestidos femeninos; una naturaleza salvaje, las acacias africanas en sus muchas variedades, baobabs, mangos… van cambiando la cara de un paisaje que siempre se presenta inmenso a los ojos del caminante. La visión sobre el río Senegal es un sedante para los sentidos y una hermosa sensación para el espíritu.
La gran variedad de su fauna, las aves rapaces, a destacar el pájaro gulá, ave de color azul intenso, cola negra-violácea y ojos rojos… los sonidos de la sabana, la quietud de los atardeceres…
Conmovedora hospitalidad de los pueblos primitivos. Ya queda dicho que la ruta del río Senegal no tiene absolutamente ninguna infraestructura turística. Pero sabíamos que se podía contar con la generosidad de esos pueblos primitivos, cuyo sentido de la hospitalidad es sagrado y, que teniendo en cuenta su humildad y su pobreza, llega a conmover hasta las entrañas del alma. En más de una ocasión uno sufrió cómo se les cerraba el paso con leyes de extranjería y actitudes soberbias. De no haber sido por la hospitalidad de estas tribus, difícilmente podríamos haber llegado al final de la ruta, pues en los pequeños pueblos, bien poca cosa podíamos encontrar.
Mi emocionado recuerdo a todos cuantos nos acogieron en sus humildes casas o en las cabañas de la sabana y compartieron con nosotros lo poco que tenían. Ellos y ellas hicieron posible este duro pero hermoso viaje; ellos y ellas mitigaron nuestro cansancio y nos ofrecieron su solidaridad de pobres y su riqueza de corazón. Comimos de lo poco que ellos comen, dormimos donde ellos duermen, bebimos del agua que ellos beben; por lo que significa un viaje como éste, nos expusimos a contraer cualquier enfermedad; pero esto es así, se toma o se deja, y así tiene que ser si se quiere conocer en su verdadera dimensión lo largo y ancho que es el mundo. Viajar a pie en estas circunstancias cobra una dimensión humana y moral que compensa todas las fatigas.
Mención especial para las mujeres de la ruta; sobre ellas recae el mayor peso del trabajo: transportan el agua, llevándola desde los pozos, río o charcas hasta los pueblos o poblados con grandes recipientes sobre la cabeza, a veces lo hacen con el hijo a sus espaldas; machacan con un palo el grano de sorgo que se coloca sobre un cuenco hecho con un pedazo de tronco vaciado a propósito para ello; preparan la comida, lavan la ropa… También las he visto trabajar la tierra; hay poco descanso para ellas. Y todo eso lo hacen desde muy temprana edad. Si hay que reivindicar un mundo de justicia para estas personas, y hacerlo doblemente para las mujeres; que son las marginadas entre los marginados.
Fuera de la ruta, nos encontramos de todo, como en cualquier parte del mundo, lo que me ratifica en la opinión de que los pueblos en los que más se puede confiar son aquellos que están más apartados de eso que hemos llamado civilización, en esa gente que nos lo ofreció todo sin mirar de qué color era nuestra piel, porque para ellos, como para nosotros está claro que en el mundo sólo existe una raza: la raza humana.