Bilbao ofrece al curioso mucho más que arquitectura high-tech y urbanismo futurista. La historia de la ciudad aflora en su arquitectura pública y religiosa. El Teatro Arriaga, la Casa Consistorial, los dos palacios forales que se conservan, Azkuna Zentroa o la Biblioteca de Biderrabieta son buenas muestras. Pero, incluso, dejando a un lado conventos, iglesias y edificios construídos para representar a las administraciones o para albergar eventos culturales o deportivos, la Villa del Nervión ofrece pequeños tesoros arquitectónicos que permiten intuir su desarrollo y el modo de vida de sus gentes. Veamos torres, chalets y palacios levantados originalmente para albergar a una sola familia. El Bilbao del titanio y el vidrio fascina. Enamoran los bulevares entre puentes de diseño que sirven de reclamo a películas y spots.
Pero hubo un tiempo en el que todo olía a carbón, óxido y azufre. Y mucho antes, otra era en la que el aroma nacía del bacalao salado, la brea caliente y el aliento de los ferrones. Y antes aún que eso, se perfumaba de pescado fresco, estiércol, sudor de los bueyes y dulzor de las hortalizas. Bilbao era una pequeña villa uncida a un puente pegado a un modesto alcázar y su embarcadero, rodeada por las poderosas anteiglesias de Begoña, Abando y Deusto.
No resulta sencillo encontrar rastros de esos Bilbaos de distintos tiempos mientras el caminante da un paseo. Inundaciones, guerras, incendios y el propio crecimiento de la Villa se han tragado palacios, torres y caseríos. Pero intentémoslo.
El Palacio Yohn El embrión de la iglesia de San Antón, icono del escudo de la ciudad, era un alcázar que aseguraba el peaje del puente gótico. Unido a ese alcázar por la muralla debía estar el torreón que dio pie al Palacio Yohn o Palacio de la Bolsa. Los sillares que protegían el perímetro de la primera villa asoman junto a sus cimientos. Lo que hoy se conserva es un palacio barroco de tres plantas con un patio triangular en su interior. Sus fachadas dan a Pelota, Torre, Perro y Santa María. Frente a su puerta, una losa señala el único punto del Casco Viejo desde que el que se ve la espadaña de la Basílica de Begoña. Cualquiera que camine por las Siete Calles termina inexorablemente dando vueltas en torno a este Palacio, hoy visitable y convertido en centro cívico. En tiempos ferretería, en tiempos sede de los negocios del austriaco Leandro Yohn y que mandó levantar en el siglo XVIII Francisco de Salazar y Abendaño, aprovechando el solar de su vieja casa-torre.
El Palacio Arana y otros del Casco Viejo A pesar de que sus raíces se enhebren con los mismísimos orígenes de Bilbao, no es el Yohn el palacio más antiguo. Ese privilegio corresponde al Arana, en el número 1 de Belosticalle, con un costado en La Ribera, mirando hacia el mercado. Hubo también en su lugar una casa torre previa, quizá almenada, y conserva muros del siglo XVI. El escudo de Echebarri, Aguirre y Angulo, flanqueado por dos grutescos con sus garrotas, labrado sobre el acceso en arco de medio punto, guarda la entrada a un buen patio. Alberga viviendas particulares. Ya en Bidebarrieta, esquina con Perro, se encuentra el enorme Palacio de los Mazarredo, construido en el siglo XVI con una amplia planta baja y cuatro alturas. Se distingue fácilmente por el gran escudo esculpido en su fachada. Aquí nacieron varias generaciones de personalidades de la Villa.
De cuando en Bilbao se contaban únicamente 707 casas, el siglo XVIII, data el Palacio Gortazar, que nos saluda en el número 8 de la calle Correo. Barroco, también cuenta con un aparatoso escudo de armas en su fachada. Igual que su vecino del número 14 de la misma calle, esquina con Víctor, el Palacio Allende – Salazar. Edificio lujoso con el exterior de la planta baja cubierto con jaspe rojo de Ereño.
En El Arenal, anejo a la iglesia de San Nicolás, el Palacio Gómez Torre presume de escudo de armas y de un estilo de transición entre el barroco y neoclásico propio de finales del siglo XVIII. Su construcción anunció la urbanización de El Arenal y de la extensión del casco urbano por la calle Sendeja.
El Palacio Olabarri y otros ribereños. La ciudad multiplicó pronto el número de fincas. Y los burgueses del XIX buscaron espacios soleados fuera de la aglomeración. El Campo Volantín se vio salpicado de palacetes. En el número 20 de este paseo mantiene su escueto jardín un superviviente de estilo neo-montañés encajonado entre bloques de pisos; se dice que fue la casa del popular bon vivant bilbaíno del siglo XIX, Patxo Gaminde.
A doscientos metros se conserva el Palacio Olabarri, de planta de villa italiana e influencia victoriana. Perdió los templetes sobre las torres, pero continúa presumiendo de buena obra. Visitable, es la sede del Puerto Autónomo.
Aguas abajo, próximas a la Universidad de Deusto, sorprenden las llamadas Casas de La Cava. Un palacete rosa y otro azulado, completamente diferentes aunque ambos de estilo modernista. Datan de finales del siglo XIX. Mantienen parte de los jardines y uno de ellos, el visitable, también una cantidad significativa de muebles. Pertenecieron a la familia de Rafaela Ybarra, quien los donó a la congregación de los Ángeles Custodios.
La Ribera de Deusto fue el Neguri primigenio. De aquel tiempo se conserva el sorprendente Palacio Yandiola, conocido como “Madaleno”. Fue residencia de veraneo del matrimonio formado por José Madaleno y Rosario Yandiola, propietarios de la empresa Aurrera de Sestao. Con su aire parisino y su cúpula cónica. Datado a finales del XIX, el “Madaleno” estuvo a punto de perecer víctima del abandono, pero hoy mira orgulloso el fluir de la Ría desde sus rotundas galerías semicirculares.
En Deusto conviene no perderse el Chalet Bidarte, también de finales del XIX. Se trata de un edificio de estilo ecléctico, con reminiscencias de las country-house inglesas, rodeado por un inmenso jardín que se encuentra tras el número 42 de la Avenida Lehendakari Aguirre. Fue vivienda unifamiliar, aunque algunas fuentes indican que cumplió el papel de hotel y hospital para los jockeys que se jugaban la vida en las carreras que se disputaban en el hipódromo, hoy enterrado bajo la avenida. Visitable.
Palacios de Abando En la Plaza de Moyúa, proyectado a fines del XIX por el belga Paul Hankar para los hermanos Chávarri, se levanta un enorme palacio marcado por el neorrenacentismo flamenco. Es visitable y sirve como sede de la Subdelegación del Gobierno en Bizkaia.
En Mazarredo, podemos acceder al Palacio Ibaigane. El naviero Ramón de la Sota lo mandó levantar, mirando a la Ría desde su margen izquierda, prácticamente frente al Palacio Olabarri, en 1900, con un característico estilo modernista neovasco. Visitable, actualmente lo ocupa el Athletic Club.
En Indautxu se adivina lo que fue el palacio del industrial metalúrgico Federico Etxebarria. La parte noble del Hotel Silken, en la Plaza del Bombero Etxániz, con su aspecto suizo, queda del gran chalet que contaba con una enorme y desaparecida torre cuadrangular, todo de finales del XIX. Fue montepío y maternidad antes que hotel.
Hacia la iglesia del Carmen queda el Chalet de Tomás Allende, con su tapia, su puerta y su palmera, construido en los primeros años del siglo XX en estilo montañés. Luce el número 1 de la calle Simón Bolívar y también es conocida como “Casa Arrospide”.
Plaza de Zabalburu arriba, en la última rotonda urbana de Bilbao, hace guardia la Torre de Urizar. Fueron los descendientes del comendador Martín de Arana quienes, mediado el siglo XV, levantaron la torre en plenas guerras de banderizos. Fue reformada posteriormente perdiendo el carácter militar para tomar el de casa de labranza, a pesar de mantener sus ballesteras de arco apuntado y el portal con columna de parteluz central. Estuvo a punto de convertirse en escombro. Reformada por el ayuntamiento para equipamiento del barrio, la Torre de Urizar es visitable.
Un interesante recorrido para quien no se conforme con vidrio, hormigón, acero y titanio. Bilbao ofrece más.
La Torre Larrinaga y los secretos del Parque de Sarriko Subiendo hacia Buia desde La Peña, el estrecho asfalto nos dejará frente a la Torre Larrinaga. Construida en el siglo XVII en estilo barroco, fue catalogada como monumento por el Gobierno Vasco. Completamente exenta, cuenta con tres arcos de medio punto sobre columnas dóricas a la entrada. En los laterales de la fachada luce los escudos y posee uno de los relojes de sol de Bizkaia. Es uno de los edificios civiles más antiguos del territorio. Se encuentra deshabitado y hace pocos años se encontraba en venta.
Al otro lado de Bilbao, el Parque de Sarriko mantiene casi 40.000 metros cuadrados de jardines y arbolados anexos a la Facultad de Económicas y Empresariales de la UPV-EHU. A mediados del siglo XX, ambos solares integraban la finca en la que vivían los Condes de Zubiria, un gran palacio en el centro de una loma con vistas a la Ría. Araucarias, sequoias y otros árboles centenarios resguardan hoy un chalet de estilo inglés con tejado de pizarra. Ese chalet era la casa de los porteros, lo que proporciona una idea de lo que debió ser el palacio, del que asoman restos por los jardines: alguna fuente, el arco de entrada, etc.
El curioso dará también en este parque con una torre medieval, la de Larrako. Data del siglo XV. No restan todos sus muros. Aunque los ventanales apuntados y el buen sillar de su fábrica permiten imaginarla, almenada y desafiante. Lo sorprendente es que la torre no se encontraba en ese lugar, sino junto a la Ría. Fue trasladada y parcialmente reconstruida.
Texto: JJG