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Ocho apellidos vascos

Quizás sea Borja Cobeaga el máximo exponente de la nueva comedia vasca, gracias al éxito de sus dos largometrajes: Pagafantas (2009) y No controles (2010). Su habitual cómplice en la escritura de los guiones es Diego San José, quien estuvo detrás de productos televisivos tan divertidos como Vaya semanita o Qué vida más triste. Ambos se unen de nuevo para escribir un guión, en esta ocasión puesto en manos de todo un veterano especialista en la comedia como es Emilio Martínez-Lázaro (El otro lado de la cama).

Al dúo guipuzcoano hay un tema que siempre le ha preocupado especialmente: la dificultad del hombre -vasco, para más señas- con las mujeres. Sus protagonistas suelen ser tipos con muy poco éxito entre el sexo femenino. En Ocho apellidos vascos cambian la perspectiva, y el objeto de las bromas es el personaje de Clara Lago. El tópico de la norteña arisca que pone distancia entre ella y el sexo masculino es explotado por los autores durante todo el metraje.

Pero no es el único tópico al que recurren. La chica encuentra rival en un sevillano de pelo engominado que jamás ha salido de su Andalucía natal. El film saca partido a la confrontación de dos arquetipos tan definidos, encontrando en esta lucha algunos de sus mejores chistes. Lo valioso del film es que esos tópicos son utilizados para burlarse de ellos, con una clara intención crítica. Porque, efectivamente, aún existe mucha gente que piensa que un nacionalista vasco es igual a un etarra. O que en Andalucía sólo hay vagos y fiesteros. La escasa amplitud de miras provoca que aún haya una buena parte de la población condicionada de manera tan terrible por los prejuicios.

La película critica esa cerrazón con bastante sarcasmo aunque, a medida que transcurren los minutos, el discurso se suaviza cada vez más. Los guionistas siguen lanzando dardos envenenados, pero la sátira va cediendo ante la comedia romántica bienintencionada. El film apuesta por la conciliación, y el contacto entre los opuestos acaba derribando todas esas barreras edificadas sobre recelos no siempre fundamentados. En este sentido, el variado reparto es otro elemento en aras de esa integración global. El joven cómico andaluz Dani Rovira debuta en el cine, recordando en ocasiones el estilo interpretativo de Paco León. En el extremo opuesto tenemos al veterano Karra Elejalde, genial -como casi siempre- dando vida a ese vasco cerrado. Su hija en la ficción es la joven -pero ya experimentada- Clara Lago, mientras Carmen Machi nos vuelve a regalar su talento cómico como esa extremeña integrada en Euskadi desde hace años.

Suponemos que las concesiones al gran público están ahí para que nadie se sienta demasiado ofendido. Pero detrás de este disfraz se esconde una película que es capaz de reírse de todo, incluso de la kale borroka, tema que pocas veces se ha abordado desde el humor. Hubiera estado muy bien que Ocho apellidos vascos fuera más allá en su incorrección política, pero se agradece que aparezca ese espíritu vitriólico dentro de un producto pensado para un público amplio.

Texto: Manuel Barrero • Fotografia: José Haro

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