Sus aguas nos guían por un recorrido jalonado de secretos, rincones con encanto y naturaleza a raudales en el corazón de Enkarterri.
Hablar del río Cadagua es tanto como hacerlo de Enkarterri, ese pedacito de Bizkaia (el más extenso) que queda al oeste de Bilbao y que, sin embargo, arrastra el sambenito de ser el gran desconocido del territorio. Sus aguas –a la vez testigo y motor de la historia– saludaron a mercaderes y peregrinos, se tiñeron de rojo en la Edad Media y vieron construir majestuosos palacetes y mansiones. Hoy nos guían por un recorrido jalonado de secretos, rincones con encanto y naturaleza a raudales.
El Cadagua irrumpe en Enkarterri por Balmaseda, y lo hace con tanta fuerza que su corriente permitió accionar en el siglo XIX la sofisticada maquinaria de la fábrica de boinas La Encartada. Es el punto de inicio de nuestro recorrido, un viaje en el tiempo por los albores de la industrialización en Euskadi y la historia de nuestra prenda más distintiva: la txapela.
La fábrica, reconvertida en museo, permanece en nuestros días tal cual se inauguró. Las poleas, las correas y los telares aún funcionan a la perfección y, junto con la decoración de época de las estancias, nos transportan al origen de la afamada tradición textil de Enkarterri.
El casco histórico de Balmaseda recibe al visitante al otro lado del puente medieval, antaño encrucijada de caminos y paso obligado desde la costa hacia el interior. Sus callejuelas conjugan el recuerdo de la historia con un vibrante pulso vanguardista. Dos museos, dedicados a la historia de esta primera villa de Bizkaia y a su afamada Semana Santa, nos proporcionan una mirada retrospectiva a las tradiciones más acendradas del lugar.
Hacia la vecina Zalla parte un carril-bici que sigue el curso del río sorteando viñedos. Mercaderes y caminantes solazaron su hospedaje en la comarca con txakoli, muy apreciado por los peregrinos que hacían un alto en las ermitas de San Pedro de Zariquete y San Pantaleón para conjurar embrujos. El viejo camino de la montaña flanquea el Cadagua y aún hoy vemos a algún nostálgico –o despistado– mochila al hombro por la senda olvidada.
La ruta del Cadagua continúa hacia Güeñes, escenario de cruentísimos combates entre clanes rivales en la Edad Media. Tal fue su ferocidad que el relato de aquellas luchas ha trascendido hasta nuestros días. De ellas guardan testimonio las casas-torre que pueblan la cuenca del río: soberbias fortalezas que hacían las veces de vivienda y puesto defensivo y que terminaron por convertirse en el mayor símbolo de poder encartado.
A su lado, el parque de esculturas ARENATZarte es un remanso de paz. Su historia es la de la época dorada a la que dio paso la búsqueda del Dorado en las Américas. El indiano Leandro Urrutia, enriquecido en México, ordenó construir una espectacular mansión –la actual casa consistorial de Güeñes– y plantar en los jardines decenas de árboles exóticos. Los paseos respiran un aire romántico inglés, con su pérgola, las antiguas casas del servicio y un pequeño estanque, e invitan al sosiego o a la lectura.
Los indianos hicieron de la sofisticación y la elegancia sus señas de identidad. Sus mansiones, a cual más suntuosa y extravagante, poblaron Enkarterri con una arquitectura revolucionaria para la época. Infinidad de jóvenes se lanzaron a hacer las Américas atraídos por el éxito de sus convecinos. Pero muy pocos compartieron semejante fortuna. Los indianos, convertidos en nuevos ricos, financiaron grandes obras de caridad e incurrieron con frecuencia en el tenaz hábito del caciquismo.
El Cadagua continúa su curso hasta desembocar en la Ría de Bilbao. Atrás deja una comarca que, sin olvidar sus orígenes y el peso de la historia, reivindica su actualidad y un justo reconocimiento en el podio turístico de Euskadi.