Jon Rahm (Barrika, 10 de noviembre de 1994) tiene aires de Supermán: acero por todas partes y un gesto en la cara que transmite invulnerabilidad. Este mocetón de casi 1’90 metros es la nueva sensación del golf mundial. Los especialistas coinciden: hay madera de número uno. “Quiero hacer más grande al golf de lo que es ahora”, lanza como presentación.
Ya batió con 61 golpes en el Mundial de aficionados el récord del mejor, un tal Jack Nicklaus. Por su cabeza pasa convertirse en el cuarto español en ganar un grande, aunque pretende agigantar sus leyendas. Los títulos de Severiano Ballesteros y Txema Olazabal los ha visto en diferido, el último, el de Sergio García en Augusta, disputando su primer major. Pueden ir tomando medidas a Rahm para una chaqueta verde: no cogerá polvo en el armario.
Hablamos de un pura sangre con la frialdad de un témpano cuando patea. Quizás esto último le venga de su primer apellido, de origen suizo. No ha sido fácil modelarle: su carácter impulsivo llama la atención en un deporte que se decide por milimétricas y meditadas decisiones. Expulsado de un torneo juvenil por liarse a palos con el suelo, su conducta se atemperó cruzando el charco. Fue clave la decisión de trasladarle a la Universidad de Arizona, donde le esperaba un mentor de sangre ilustre, Tim Mickelson, el hermano del zurdo Phil, pura seda con los palos que se graduó como psicólogo allí mismo. Jon se ha sacado el título de Comunicación en cuatro años, sin mirar atrás.
Edorta, su padre, decidió que el pequeño gigante apostase por el golf a los 13 años. Tuvo que guardar sus guantes de portero y el sueño de convertirse un día en Iribar. No resultó sencillo, en su familia el Athletic lo es todo. Su abuelo Sabino fue un emblemático delegado de campo en Lezama y Jon vive tan pendiente de los partidos de los leones como de comprobar las caídas de los greens. “Prefiero que el Athletic se lleve una Liga a ganar yo un grande. No sé si habría algo mejor que un saque de honor en San Mamés”, ha repetido con firmeza. No es una fanfarronada. Rahm lucía por todo el mundo el escudo rojiblanco en su bolsa de palos hasta que Adidas se lo prohibió porque Nike patrocinaba a los leones. Cuando vuelve a la bella Barrika a descansar, queda con Aritz Aduriz para jugar unos hoyos y no pierde ocasión, bufanda en ristre, de acudir con la ilusión de un niño a los partidos.
Jon, como Aduriz, le pegaba bien a todo: piragua, frontón y kung-fú. Mas su padre tuvo claro después de asistir a una Ryder Cup en Valderrama que el chaval tenía un talento fuera de serie para el golf. A los 16 años, ya estaba becado en la Residencia Blume. Meses después, era el mejor amateur de Europa. Un meteoro. Tocaba conquistar América, donde pronto le bautizaron Rahmbo y compararon su precocidad con la de Tiger Woods.
Su carácter atrevido, pero también la confianza extrema en sus cualidades, le llevaban a airear en edad adolescente que sería “el número uno mundial”. No había dios que le replicase. Ganar, ganar y ganar. Es su única filosofía. En los juegos de mesa de Navidades, sus familiares ya padecían entre risotadas su gen competitivo. Llevaba fatal perder. Quien siguió la final del Match Play ante el líder del circuito profesional, Dustin Johnson, pudo comprobar que no le basta con ser segundo. Sus primeros nueve hoyos fueron muy flojos y dio la sensación de que Jon volvería a pagar su frustración con la hierba. Amagó, pero no dio. Ahora se rearma con facilidad y obligó a su rival a batirle en el 18 y último. Quizás recordó cuando Tim Mickelson le obligaba a subir y bajar 98 escaleras en Arizona. Como a un toro bravo, había que mermarle las fuerzas.
Su pelota larga y recta causa estragos en el circuito. Llega al green antes que muchos. Patea con una confianza que asombra. Nadie le ve el techo. Tampoco su rubia novia, Kelley Cahill, lanzadora de jabalina en Arizona State. Sus vaticinios se van cumpliendo. Un par de meses antes de Augusta, dijo que Sergio García, a quien había barrido días antes en el Match Play, ganaría antes que él su primer grande. Ya tiene Augusta. En Barrika, localidad costera de 1.500 que ya es famosa en el mundo, ya hablan de sacar la gabarra para el nieto de Sabino Rahm. Bien pensado, quizás lo mejor es que baje la Ría con el Athletic. Nada le haría más feliz.