Texto: J. A. P. Capetillo • Fotos: Bilbao Basket
Javi Salgado es, tras 20 años como profesional del baloncesto, una de las leyendas del deporte bilbaíno.
La imagen de Javi Salgado que encabeza este reportaje resume toda una trayectoria. Ese grito de júbilo y explosión de satisfacción, con la bandeja de campeones tras el último regreso a la ACB, es el merecido colofón a muchas temporadas de compromiso y lealtad. Javi Salgado (06-08-1980), capitán durante años de los hombres de negro, tiene decenas y decenas de episodios que contar, tanto desde las canchas como ahora desde los banquillos. Llena su libreta para, algún día, cumplir otro sueño. Lideró y guió al equipo bilbaíno (2001/10 – 2016/19), al Gipuzkoa Basket (2010/14) y al Estudiantes (2014/16), y ahora es entrenador ayudante de Jaume Ponsarnau en su equipo del alma. El exjugador del barrio bilbaíno de Santutxu (462 partidos en la ACB), un mito del deporte vizcaíno, cuya camiseta con el número 14 cuelga en el pabellón de Miribilla junto a la de Álex Mumbrú, nos desgrana en varios apartados su vida deportiva y otros bellos recuerdos después de tantos años de baloncesto que le llevaron a ser nombrado Ilustre de Bilbao por ser un ejemplo como director de juego en las canchas… y, sobre todo, como persona.
Los inicios
“Empecé a jugar a basket cuando estaba en tercero de EGB. Con siete años nos hicieron unas pruebas. Recuerdo que Jesús Ituiño nos preguntó a qué queríamos jugar en mi colegio, en Maristas. Iba a presentarme a fútbol, pero mi hermano mayor me comentó que mejor me apuntara a baloncesto, que en Maristas molaba mucho más. Directamente, me pasaron a entrenar con un equipo un año mayor que el mío. Coincidí con Mikel Simó, Iván Urbaneja, Borja Muga, Galder Arana… Lo llevaba Ituiño y me dijo: ‘Si tienes ganas de entrenar, ven el miércoles con mochila y zapatillas’. Recuerdo que jugué mi primer partido en aquellos años en los que el alcalde Gorordo montaba unas canastas en la Gran Vía. Fue el primero porque no se necesitaba ficha. Al año siguiente, entré ya con los de mi edad”.
Maristas
“A medida que crecía, los padres de mis compañeros de equipo vacilaban a los míos y les decían: ‘Cuando Javi sea profesional, con el primer sueldo nos pagáis una cena’. Para llegar a profesional se necesita talento, esfuerzo, sacrificio y suerte. Me encantaba jugar en Maristas cuando había partidos importantes, como los de la Liga Vasca, en los que venían el Baskonia o el Askatuak. El frontón del colegio se llenaba. No había sitio y, cuando ibas a sacar de banda, te rozabas con la gente y con la pared. Formamos un equipo, con los padres alrededor, que era como una gran familia. Íbamos a Durango, por ejemplo, y nos quedábamos a comer y a pasar la tarde. La mayor parte de mis amigos hoy en día son mis compañeros de Maristas de aquella época. Con Maristas quedamos quintos de España en infantiles y cuartos en cadetes. Éramos un colegio de Bilbao e íbamos a una fase final de ocho equipos en la que nos encontrábamos con el Real Madrid, Barcelona, Joventut, Unicaja, Valencia… que tenían chavales de dos metros con 12, 13 y 14 años. ¡Y competimos hasta ser cuartos en cadetes! A raíz de ahí, me empezaron a llevar con la selección española”.
El salto a la élite
“Cuando era pequeño, ni de coña pensaba hasta dónde iba a llegar. Ya con 16 o 17 años, cuando venía gente a buscarme y a verme, pensé: ‘Bueno, igual lo intento’. Era lo que más me gustaba. Era feliz con un balón en una cancha de baloncesto. Iba a la selección con Pau Gasol, Raúl López, Juan Carlos Navarro, Felipe Reyes, Berni Rodríguez o Germán Gabriel… todos aquellos juniors de oro de los años 80. La mejor generación de la historia del baloncesto español la han formado jugadores de mi edad. Fernando Adán fue mi entrenador en aquella época. Ituiño me metió en esto y Adán me entrenó. El último año de junior tuve a Josu Olabarrieta y, ya luego, a Josean Figueroa, Txus Vidorreta…”.
La Casilla
“El pabellón de La Casilla significa mucho para mí. Primero, porque tengo buenos recuerdos de jugar con Maristas en la etapa junior y luego con el Patronato en el siguiente paso. ¡Cuántas horas he metido en La Casilla! Después fui a León, y cuando volví a Bilbao pasamos aquí nueve años entre LEB 2, LEB y ACB. He entrenado y jugado unos 13 años en esa pista y cada día me saludaban las señoras de la limpieza, que eran como mis amamas. Había siempre un ambiente fenomenal. Ahí he vivido los primeros momentos importantes a nivel profesional. Tengo el recuerdo del play-off de ascenso y de encuentros decisivos en la LEB en los que no se veían ni las escaleras de La Casilla, de cómo estaba de repleto el pabellón. Mi mujer me recuerda que en el descanso de los partidos solían ir a tomar algo a Zugastinobia y volvían a entrar. En aquellos años había mucho humo en las gradas, el ambiente estaba muy ‘cargadete’. Son recuerdos añejos. Molaba mucho jugar en La Casilla. El público estaba muy cerca… ¡Vaya tiempos aquellos de Marcelinho Huertas, Recker, Savovic, Banic…! Salíamos a bailar al centro de la pista cuando ganábamos. Estos últimos equipos del Bilbao Basket me recuerdan a aquel grupo, con hambre y sin ningún complejo”.
El nuevo rol de entrenador
“Al principio es duro. Pasas a entrenador después de 30 años como jugador de baloncesto, y 20 de ellos como profesional. Es un salto al vacío. Tienes que hacer otras cosas relacionadas con el basket. Implica otro tipo de hábitos, trabajos y situaciones. Aunque tanto Álex (Mumbrú) como Lolo (Encinas), Jaume Ponsarnau y Rafa Pueyo me han ayudado mucho. Estoy tranquilo y asentado para aportar al staff técnico y a los jugadores, ya que sé cómo se siente un jugador cuando hace un mal partido o cuando se enfada un pívot porque no le han pasado un balón. Saqué el título de entrenador superior en Zaragoza. Ahora metes mil horas, muchas más que de jugador. Suelo ir a las ocho de la mañana al gimnasio, ¡pero estoy echando una tolva!”.
Ilustre de Bilbao
“No sé si será merecido (N. del A.: la sensatez siempre la tiene presente). Quizás en la entrega del galardón de Ilustre de Bilbao fuera el más conocido en el Ayuntamiento por mi etapa como jugador de baloncesto, pero es que al lado estaban la creadora de Marijaia (Mari Puri Herrero), una profesora de matemáticas que es una máquina enseñando (Marta Macho) y un odontólogo de prestigio mundial (Jaime A. Gil). Y luego estaba yo, que, humildemente, lo que he hecho ha sido jugar al baloncesto. Y no sé si merecía ese premio”.
“He crecido viendo cómo cambiaba Bilbao. Tengo recuerdos de aquella ciudad oscura y casi siempre lluviosa. De tardes de sábado en las que bajaba con mi familia en el 40 desde Santutxu a El Corte Inglés. He visto cómo se construía el armazón del Museo Guggenheim, cómo le ponían las placas, el tremendo cambio de esa zona de Uribitarte y el paso a un Bilbao más moderno y cosmopolita. Hemos mejorado mucho. El metro también ha vertebrado la ciudad y nos ha dado la posibilidad de movernos y comunicarnos mejor. Es una ciudad muy atractiva para los turistas. Cuando tenía diez años, bajaba a Bilbao y no recuerdo ver turistas, pero hoy en día te encuentras con muchos grupos con la banderita por el Casco Viejo. En esa entrega de los Ilustres, el alcalde nos pasó a su despacho y le dije que todos los jugadores que vienen al Bilbao Basket no se quieren marchar y destacan la limpieza y calidad de vida de Bilbao. ‘Es una ciudad cuando llueve; y otra si no lo hace, cuando entonces es mucho más viva’, me dijo Marko Banic”.
La familia
“A Olaia, mi mujer, la conozco desde que tengo ocho años, cuando ella estaba en la clase de al lado en el colegio en Maristas. Estamos juntos desde los 19 años. Me ha dicho alguna vez: ‘Te conocí cuando no eras una estrella, así que no te pongas chulito conmigo’. Si alguna vez he tenido algún aire, que no lo creo, o he sacado algo de ego, Olaia y mis aitas (María Jesús y Manolo) me han puesto en mi sitio. Mis aitas, en mi época de Maristas, eran un ejemplo de comportamiento, y más viendo lo que ocurre a veces ahora. Nunca han tenido una mala palabra hacia nadie. Me decían que tuviera siempre una buena conducta, que fuera un buen compañero y que luego eso de ganar o perder ya era otra cosa. Me han enseñado a no tener problemas. Un día, cuando era un crío, en un partido de esos calientes contra el Berrio-Otxoa, hice un gesto y mi entrenador, Fernando Adán, me soltó: ‘Si vuelves a hacer eso, estás fuera del equipo’. Olaia y yo también hemos pasado momentos difíciles cuando jugaba en Donosti (Gipuzkoa Basket) o en Madrid (Estudiantes), y ella sola ha sido capaz de llevarlo todo bien con nuestros hijos (Nerea e Iker). Son momentos duros y una etapa de la vida que hay que pasar. Ahora le veo a mi hijo y es igual que yo, porque a veces le digo que tenemos que ir a casa cuando está jugando y es como si le clavara un puñal. Yo he sido así. Siempre he estado comprometido con todos los equipos en los que he jugado para que las cosas vayan bien. Y lo he potenciado a nivel profesional”.