Un día Igor, vasco, grande, humano, Ilustre de Bilbao, Miembro del Comité Internacional de la Unesco por la Danza, reconocido bailarín internacional… entregado en cuerpo y alma a su carrera y a la divulgación de la danza y la cultura dijo: “Yo quiero probar eso”. Con tal determinación, un niño de catorce años decidía su camino hacia el ballet y la danza.
¿Igor, qué ocurrió para que tomaras aquella decisión?
Mi familia estaba muy relacionada con el ballet y yo tenía eso dentro sin saberlo. Era mi hermana la que hacía ballet. Yo me dedicaba al deporte, al voleibol y al fútbol, quería jugar al baloncesto… a todo. Era un ‘bala’ (risas), tenía aptitudes innatas para el deporte. Jugaba de portero y además era un gran admirador de mi equipo, el Athletic. Un día me llevaron a la representación de Spartacus y me pareció un himno a la expresión corporal masculina en el ballet. Hubo algo más que una revelación en mí, fue como una explosión interna. Yo quería probar eso. Con la lógica preocupación y el asombro de mi familia, planteé a mi madre un pacto de un año de prueba. Dejé los estudios y tuve que marcharme sólo a Madrid ya que en Bilbao no había posibilidades ni siquiera remotas.
¿Cómo fue aquella experiencia iniciática?
Fue intensa y en algunos momentos dura. Tenía ya trece años y lo ideal es empezar esto antes de los siete. Incluso con mis aptitudes innatas para el ejercicio tenía que recuperar el tiempo, quemar etapas a velocidad de vértigo. También era consciente de que mi familia no nadaba en la abundancia económica, mis padres se habían separado y mi madre se pasaba el día trabajando fuera para sacarnos a los tres adelante. Estaba tan centrado en trabajar, me gustaba tanto, que nunca se me pasó por la cabeza irme de juerga o vivir de fiesta.
Bailaba, ensayaba y entrenaba de nueve de la mañana a diez de la noche de lunes a sábado. No exagero nada. Hubo más de un lloro salvaje en el vestuario; a veces no podía más… Soy una persona muy cerrada en mi vida fuera del escenario, reservado y bastante hermético. En esto, también soy muy vasco, nunca dije nada y en cierto modo así nació el vínculo de complicidad entre la danza y yo. Cuando hoy veo a los niños en mi escuela y recuerdo aquello, pienso: ¡qué locura, qué osadía, qué inconsciencia! A esto sólo te lleva la pasión y me alegro de contribuir a que estos niños puedan desarrollar su pasión aquí, sin tener que irse lejos ni pasar por una experiencia similar.
¿Cómo es hoy un día normal de tu entrenamiento?
Nuestro entrenamiento, el del artista, es rutinario y bajo una disciplina férrea. Me levanto y tras el café leo un rato, siempre me ha gustado leer y así me despierto poco a poco. Luego, hago unos estiramientos abdominales y me voy a entrenar. La clase diaria de hora y media, que hacemos ya durante toda la vida, y luego el ensayo. En general, siempre, unas cinco horas de ejercicio que serán más dependiendo de la obra que estés preparando. Cuando acabo, vuelvo a casa y estoy tranquilo, nunca he sido una persona de salir y quedar con gente.
Igor, te rompiste el quinto metatarso, ¿cómo afrontas una lesión?
Fue muy duro para mí. Vivimos de nuestro cuerpo y tenía miles de planes. De la noche a la mañana todo se volvió negro. Era joven y pensé que de ahí no iba a salir. Estaba impaciente. En cuanto mejoré dejé de seguir los tiempos de reposo y la lié más aún. En Burdeos, donde vivo la mayor parte del tiempo, los médicos de la Compañía nos recomiendan pruebas cuando notamos que algo no va bien. Desde aquella lesión les digo “déjate de leches”, yo tengo que bailar esta noche y entregarme por completo, no quiero salir contenido y coartado. No quiero saber lo que tengo; si me voy a romper esta noche, pues me rompo, y mañana ya veremos.
¿Cómo te cuidas?
Escucho mucho a mi cuerpo, me gusta cuidarme. La prueba es que aquí sigo con mi edad, que no es lo normal. Pero soy muy “tirao palante”. Tuve un problema con el talón de Aquiles y recorrí medio mundo buscando una solución que no encontré hasta que ¡aquí, en casa!, di con Miguel Gutiérrez, fisio de la selección nacional, que ha trabajado con el Athletic toda la vida. Es quien me trata, me conoce perfectamente y a quien acudo siempre que vengo.
Esta afirmación es tuya: “Moriré bailarín”.
Sí, porque he sido, soy y seré bailarín. Nunca se sabe cuánto tiempo estará uno ante el público. Lógicamente, cuanto más tiempo mejor, pero lo que no quiero es hacer el ridículo. Vivimos de nuestro físico y en esto, como en todo, hay un límite.
¿Qué lujo te permites cuando decides saltarte las reglas?
Para mí no es importante comerme un día unas patatas fritas o ir a tal sitio. Soy un tipo afortunado. Tras mucho tiempo de esfuerzo, renuncias y trabajo, para mí el lujo… no, el lujazo… es permitirme hacer lo que yo quiero y como yo quiero… el lujazo es permitirme, en un día libre, venir a la escuela a trabajar con los niños y dar saltos con ellos.
¿Cómo preparas los personajes, la coreografía que vas a desempeñar?
También me hubiera gustado ser actor, aunque lo soy cuando bailo. Principalmente con el ballet clásico. Me apasiona transmitir emociones al público, contar una historia (si alguien me pregunta “¿cómo eres?”, le respondo “mírame bailar”). El estudio documentado importante que requieren algunos personajes (como Iván “El Terrible” o Romeo) se consigue con la lectura, el estudio, la pintura, la observación. Lo más importante es pensar.
Mi segundo padre fue actor y me enseñó a trabajar con el método Stanislavski, que también me resulta muy útil. En Iván “El Terrible” algunos me miraban con escepticismo, era el único extranjero que ha representado esa figura en Rusia. Mi respuesta siempre son los hechos, demostré con la danza que sabía mucho más sobre el personaje que el noventa por ciento de la mayoría de la gente.
Una de tus obsesiones es transmitir, inculcar la importancia de la cultura, ¿por qué crees que es esencial para un individuo o un pueblo?
Porque en el mundo del arte la cultura puede facilitarnos la vida, hacer que disfrutemos más cuando vemos una obra. El arte es el alimento del espíritu, somos los médicos del alma y el arte se basa en algo que todo el mundo tiene: sentimientos. Lo que necesitamos es encontrar ese vehículo que nos proporcione el placer de disfrutar a través del conocimiento y esos sentimientos, esas emociones, serán más fuertes cuanto más conozcamos lo que vemos y oímos. Disfrutar más es vivir mejor.
Eres, además de otras muchas cosas, Ilustre de Bilbao. ¿Te ayuda eso en tu labor de divulgación?
A eso le doy importancia porque para la gente es significativo y Bilbao, mi ciudad, es muy importante para mí. La fama, los títulos, el reconocimiento -no seamos cínicos, hipócritas, ni estúpidos- te abren muchas puertas y te miran de otra manera. Un ejemplo: cuando abrí mi escuela hace ocho años ya la tenía llena sin haber demostrado nada con mi trabajo allí. Claramente, mi nombre me precedía. Afortunadamente, hoy sigue llena y eso no se mantiene con un título o un nombre, sino con ganas y entrega. Sin embargo, esas distinciones también generan envidias críticas y ataques más crueles. Lo que yo pido y doy, en cualquier caso, es respeto.
¿Un sueño que no hayas cumplido?
(Risas). Ser jugador del Athletic. Más que un sueño, es una utopía, pero sueños hay que tener siempre.
Siendo un gran seguidor del Athletic, ¿cómo vives desde el escenario el transcurso de un partido importante?
(Risas). Los que me conocen saben que estoy pendiente de eso y me van haciendo señas para contarme cómo vamos.
¿Quién es tu futbolista favorito?
¡Dani! Era mi devoción, llevaba el número siete. Me parecía un jugador muy correoso y era el que metía los goles.
¿Cómo pasas tus vacaciones?
Con calma, tranquilidad y descanso. Cerca de la mar y nadando, porque es la forma más coordinada de trabajar el cuerpo y porque me gusta. Además, aprovecho para leer porque me apasiona y, a veces, no se tiene tiempo ni cabeza para eso debido al cansancio.
¿Qué tipo de lectura te gusta?
He leído absolutamente de todo en mi vida. Yo dejé los estudios y había que seguir culturizándose. Con 15 años leí, por ejemplo, “El retrato de Dorian Gray”… lecturas que te ayudan a madurar pero que pueden ser peligrosas y ocasionarte “cortocircuitos”. Pero en mi caso funcionó. Me gustan autores que te hagan pensar, tengo cercanía con la literatura rusa Chéjov, Dostoievski… Kundera también me llama mucho la atención (de los dos últimos he leído absolutamente todo). Pronto terminaré con Shakespeare, William Saroyan… y ahora estoy con John Dos Passos, uno de los principales autores del siglo pasado.
Hay un bar en Bilbao llamado Alameda ¿qué te dice este sitio?
Además de ser un bar estupendo donde se comen unas tapas increíbles (y a mí me gusta comer bien) hay dos personas, Paco y María, que me conocen desde pequeñito y con quienes tengo una relación de amistad verdadera, y yo, amistades de verdad, tengo poquísimas. Voy para estar, para charlar un rato con ellos (tienen un trabajo tremendo) y para ver lo que pasa por el mundo real, para ese reajuste social que toda persona que vive en su mundo necesita de vez en cuando.
Hace muchos años, la madre de Igor regaló un pensamiento impreso en cartón a cada uno de sus hijos. El de Igor decía así: “Puedes ser y hacer todo lo que quieras en la vida, el único obstáculo eres tú mismo”.
Texto: Gloria Esteban • Fotos: Hibai Agorria e Igor Yebra
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