La vida de Gaizka Aseguinolaza, responsable del Grupo Iruña, no ha sido un camino de rosas. Nació en 1973, en un barrio proletario de Eibar, muy cerca del santuario de Arrate, donde vivió hasta los 12 años, “sé de dónde vengo, es algo que no olvidaré nunca”.
Su origen le ha ayudado a forjar un carácter en el que los lujos y comodidades están muy alejados de su concepción de la vida, “mis amigos dicen que no soy austero, que soy asceta”. Estudió en la ikastola Itzio de su localidad natal, “era una ikastola muy liberal, una ikastola donde había una paridad real entre chicos y chicas”. Unos años en plena libertad, donde los pequeños jugaban en la calle hasta que sus madres les llamaban para que fueran a casa a comer o cenar. Con 12 años se trasladó a vivir a Bilbao. Le matricularon en el colegio de jesuitas de Indautxu, donde el sistema de enseñanza era más rígido, “mi vía de escape era ir al Parque de Doña Casilda”. De ahí pasó a Urdaneta y concluyó el bachiller en Dublín, “fui sin un duro. Mi padre me dijo que no me mandaba dinero hasta que no aprendiera a abrir una cuenta corriente allí”.
El 23 de febrero de 1993, la vida, hasta entonces sin apenas preocupaciones, le cambió totalmente. Ese día falleció, con 43 años, su padre, Iñaki Aseguinolaza, uno de los empresarios más dinámicos en el Bilbao de los años 70 y 80 del pasado siglo. Tenía algo de visionario. Recuperó para la ciudad cafés históricos, que durante décadas han sido lugar de reunión de los bilbaínos, como el Iruña –fundado por Severo Unzué en 1903 y rehabilitado en 1980-; La Granja –inaugurado por la familia Lozano en 1926 y rehabilitado en 1984; y el Boulevard –su origen data de 1871 y fue rehabilitado en 1989-. Ese día de febrero de 1993, también les cambió la vida a su madre, Alicia Garmendia, hasta entonces ama de casa, que tuvo que coger las riendas del Grupo Iruña, y a su hermana Amaia, tres años más joven que él.
Gaizka Aseguinolaza, que contempla desde una de las ventanas de su despacho la populosa calle Ledesma y los Jardines de Albia, cuenta con admiración y una sonrisa en los labios decenas de anécdotas de la vida de su padre, un hombre inquieto, vital, prototipo del empresario de una época en la que los acuerdos se firmaban en servilletas de papel y de madrugada. Habla con cariño de su madre, Alicia, a quien recientemente el Gobierno vasco, las patronales vascas y la Fundación Joxe Mari Kortaren Bidetik han otorgado el premio Korta 20188, “mi madre es increíble, tiene muchísimo sentido común. Siempre ha confiado en mí, me ha dado libertad para que tomara mis propias decisiones. Es la persona más positiva del mundo, a cada problema le busca una solución”.
Gaizka, que estudió un curso de Empresariales, tras el fallecimiento de su padre hizo lo que siempre había deseado, estudiar dirección hotelera. Durante un tiempo, tras acabar su carrera, aprendió el oficio desde abajo. Trabajó de camarero, haciendo extras, para sacarse un dinero, en locales de Madrid, Barcelona o Burdeos. Desde 1996 gestiona el Grupo Iruña: Café Iruña y hostelería de Torre Iberdrola, Museo de Bellas Artes, Teatro Campos, Teatro Arriaga, Puerto de Bilbao, BEC, Finca Bauskain en Markina y el servicio de catering.
Aseguinolaza, que tiene dos niños, Ainhoa, de 7 años, y Kerman, de 4, es un hombre atípico en estos tiempos que vivimos. Lo que más le apasiona es la aventura, “me hubiera gustado poder explorar mundo”. Ha recorrido, siempre en bicicleta, medio mundo, casi toda Lationamérica, Perú, Bolivia, La Patagonia…; parte de Europa, Suecia, Dinamarca, Noruega; Asia, de Tailandia a Camboya y el delta del Mekong; y parte de África. En el año 2000 participó en el Camel Trophy; en 2003 hizo la Ruta Queztal, dirigida por Miguel de la Quadra-Salcedo, con quien le unía una gran amistad. Su última aventura fue el pasado año, cuando hizo un ultramaratón por el Círculo Polar Ártico. “En estas experiencias intento sentir lo que sentían los primeros exploradores cuando estaban descubriendo nuevos mundos”. Eso ha hecho de él una persona con una enorme fuerza de voluntad, “puedo aguantar muchos días durmiendo en el suelo o comiendo lo que me den. Me gusta integrarme en los lugares que visito. La gente humilde, es lo que he aprendido de mis viajes, te recibe bien, te acoge, siempre te da lo mejor que tiene. Los viajes me han servido para entender mejor a la gente y darme cuenta que soy un privilegiado”. En Bilbao está comprometido con entidades como Lantegi Batuak o Fundación Peñascal, que ayudan a jóvenes más desfavorecidos. Cuando está en casa –no tiene televisión desde hace una década-, vive en un lugar cercano a la naturaleza, le gusta coger su piragua e irse a pescar o navegar a vela en soledad. Por Bilbao, le gusta pasar desapercibido, va en bicicleta o caminando, viendo cómo ha cambiado la ciudad estos últimos años, “lo peor es que se están perdiendo muchas tiendas y locales que le daban identidad a la Villa, empieza a parecerse a muchas otras ciudades del mundo”.
Texto: Txema Soria • Fotos: Hibai Agorria