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Fito en San Mamés, 2022. Ilustración: Pedro J. Colombo.

Fito en la Catedral. Un concierto para la historia.

Texto: Kike Babas & Kike Turrón • Ilustraciones extraídas de la novela gráfica Fito. Y por supuesto la luna.

El 11 de junio de 2022 tuvo lugar, no cabe duda, un concierto para la historia. Para Fito, el roquero menudo nacido en la calle Zabala, que jamás pensó, ni en sus mejores sueños, que terminaría llenando algún día la Catedral; para el Athletic, que alojaba en su estadio el concierto de rock de un conciudadano que convocaba a incluso más gente que estrellas internacionales como Guns’n’Roses o Muse; para Bilbao, que se enorgullecía de que uno de sus hijos predilectos jugase en casa, convertido en un indiscutible y queridísimo profeta en su tierra.

La noticia había saltado a todos los medios siete meses antes, Fito había agotado las 44 600 entradas puestas a la venta para su concierto en San Mamés en apenas 72 horas. Dos días antes del evento, tras llevar a cabo todo el montaje técnico y la colocación de las barras, se valoró que se podían poner a la venta unas cuantas entradas más con buena visibilidad que, junto a los invitados, conformarían el total de las 47 000 personas que se dieron cita en aquel acto de comunión absoluta entre el artista, su público y su ciudad.

El concierto, enmarcado dentro de la gira de 27 actuaciones que componían el Cada vez cadáver Tour y que ya llevaba un equipo habitual de 100 personas, 9 tráileres, un par de autobuses y media docena de furgonetas, contaría para su cita en Bilbao con un escenario de 60 metros de ancho, 600 000 vatios de luces, 300 000 vatios de sonido, y pantallas LED de 33 000 000 de píxeles; un montaje mastodóntico en el que estaban involucrados hasta 12 000 trabajadores. Remarcando su carácter de evento de importancia nacional, además de los asistentes, lo podían disfrutar de forma gratuita los oyentes y televidentes de ETB, EITB, Radio Euskadi, TVE2, RNE3, el Canal Internacional de TVE y el propio canal de YouTube de Fito.

En la rueda de prensa que concedió en los días previos, donde Fito entregó al presidente del Banco de Alimentos de Bizkaia un cheque de cien mil euros recaudados en el concierto, el bilbaíno, con su sencillez y honestidad habituales, reconocía la importancia emocional que le suponía el concierto. “Estoy pensando en lo de San Mamés desde hace meses”, a lo que añadía: “estoy tan nervioso que voy a comprar yogures al Eroski y ya voy nervioso”; y mostraba sin ambages la sensación de “vivir un momento de ilusión pura» y saber que “va a ser difícil no emocionarse”. Cuando, al inquirir sobre la posibilidad de reunirse con el grupo en el que se forjó, los añorados Platero y Tú, advirtió que pese a que “somos grandísimos amigos”, eso de juntarse “ya no tendría sentido”, sentenciando: “Las bandas no mueren, los músicos sí. Yo podré morir y la gente seguirá cantando ‘Juliette’ o ‘Soldadito marinero’, y no sabrán ni quién soy. Pero la música estará ahí”. Reflexionando sobre lo que supone arrancar un grupo de rocanrol y cumplir el sueño de sacarlo adelante, dijo: “Nunca fue fácil, siempre encontrarás quien te diga que no vales, pero si amas esto no te dejas callar. Lo importante no es solo el tesoro, sino el mapa, seguir las pistas y las trampas para llegar. Si solo piensas en el tesoro y no disfrutas del recorrido, no te valdrá de nada. A mí la música me ha dado todo. El colegio poco me enseñó, la música me ha dado lo importante de mi vida”.

Curraba en La Palanca y ahora soplo en Barrenkale
Llenar San Mamés iba a ser el broche de oro en la relación artística entre Fito y su ciudad natal, la cima de una escalera de muchos peldaños. Lejanos quedaban ya los primeros conciertos de Platero y Tú que, tras debutar en un bar de Plentzia en febrero del 90, se estrenaron en Bilbao, en el desaparecido Holidays de Deusto, como banda invitada en el concurso Villa de Bilbao. Después, aquella maqueta vendida (o regalada) mano a mano y aquel primer disco con la icónica fotografía del burro y la Harley en la calle Autonomía los llevarían a tocar en cualquier esquina bilbaína que les hiciese hueco, fuese el centro cultural de Otxarkoaga, la campa de Basarrate, la taberna Artzai de la calle San Francisco o el gaztetxe de Bilbo.

Tras fichar con la multinacional DRO, la popularidad de la banda se disparó en todo el estado y especialmente en su ciudad. Así, convertidos en una de las señas de identidad roquera de Bilbao, llegaron los conciertos en el pabellón de La Casilla, en la Aste Nagusia (con unas convocatorias en la Plaza del Gas cada vez más concurridas y celebradas) y en el Kafe Antzokia, donde llegarían a grabar parte de su disco en directo.

La explosión final de Platero y Tú se solapó con el incierto y tímido inicio de Fito en solitario, al frente de Los Fitipaldis; siendo Bilbao el principal testigo de aquella mutación, desde el concierto debut en el minúsculo y ya desaparecido Umore Ona (el garito que durante años había sido mitad su casa, mitad su oficina), en pleno Casco Viejo, hasta las sucesivas y vertiginosas entregas en recintos de cada vez mayor aforo a medida que se iba convirtiendo en el músico de rock más importante del país: Bilborock, Antzokia, la Plaza del Gas (donde registraría un antológico directo en plena Aste Nagusia), el Palacio Euskalduna, el BEC!… Sin olvidar uno de sus conciertos más entrañables, el ofrecido en el Teatro Arriaga en formato semiacústico, que también se editó en disco.

Todo este recorrido vital de Fito por los diferentes escenarios de Bilbao a lo largo de su dilatada carrera se iba a concretar, sintetizar, resumir, expandir y magnificar en una jornada histórica y fundamental: la noche de San Mamés.

Vivir para cantarlo
Y llegó el día. Tras las andanadas de los teloneros, Gatibu y Morgan, saltaron al escenario Fito & Fitipaldis; y pista, gradas y palcos lo dieron todo desde los primeros acordes. La banda, rodadísima, daba alas a un Fito que, tal y como él mismo auguraba, se emocionó en repetidas ocasiones. Con un repertorio que dio preeminencia al material de Cada vez cadáver, del que se rescataron hasta ocho canciones, pues al fin y al cabo era el disco que se estaba presentando, el set también recaló, inevitablemente, en temas imprescindibles de toda su discografía: los más esenciales de los dos discos que lo encumbraron a lo más alto del podio, Lo más lejos a tu lado y Por la boca vive el pez, de los que rescató tres y cuatro canciones respectivamente, otras tres de Antes de que cuente diez y un par de Huyendo conmigo de mí. De sus proyectos anteriores, recordó una de Extrechinato y Tú (aquella aventura musicopoética junto a Robe Iniesta y el poeta Manolo Chinato) y hasta tres del cancionero de Platero que, como era de esperar, fueron de lo más emotivo y celebrado de la velada.

Sin necesitarlo, pues el concierto estaba claro que se sostenía con la sola presencia de un emblemático Fito junto a su engrasado grupo de acompañamiento, el bilbaíno quiso compartir un momento tan especial con buenos amigos de carretera y vida: un apunkilado Dani Martín en “Cielo hermético”; unos emocionados y conniventes Morgan, al completo, en “Quiero gritar”, que para algo eran la banda invitada en toda la gira (hacia el final, volvería a saltar su cantante, Nina, al escenario para hacer “Abrazado a la tristeza”); un aclamadísimo Iñaki Uoho, que se cuadró las platerianas “Hay poco rock’n’roll” y “El roce de tu cuerpo”; un Leiva, como siempre elegante y muy fino, en “Viene y va”; y un Carlos Tarque, máster absoluto en el arte de caldear masas y chorrazo de voz, en “Tarde o temprano”.

Y brillando permanentemente con luz propia, Fito, que la gozó y la hizo gozar; que se dio unas carreras inmensas por el escenario, demostrando su envidiable buena forma; que alargó, de manera springsteeniana “Soldadito marinero”, en una coda final que el respetable repetía una y otra vez; que se arrodillaba, gorra en mano, corazón en un puño, ante un público que le tenía en el bolsillo, en lo que estaba siendo una entrega total de ida y vuelta, un feedback brutal e inapelable.

Tras dos horas y media largas de show, Fito devolvía a todo el mundo a casa con una sonrisa de órdago y la sensación de haber vivido algo único y memorable. No es descabellado pensar que muchos se fuesen musitando aquella estrofa de Francis, Doctor Deseo, que ya cantase junto a Fito en el puntual proyecto Los Piratas del Nervión, que reza: “Morirse en Bilbao, no hay nada mejor…”

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