Presume de tendencia a la vaguería y, sin embargo, su inacabable currículo le lleva la contraria. La carrera artística de El Gran Wyoming abarca música, cine y literatura, aunque es su faceta de mordaz presentador de televisión la que ha hecho de él una de las caras y voces más conocidas y reconocidas de la historia de la pequeña pantalla. Con motivo de la preparación de su cómic biográfico, Mil palos y ninguno al agua, nos reunimos con el carismático presentador varias mañanas, conversaciones de las cuales extraemos las siguientes declaraciones.
Texto: Kike Babas y Kike Turrón • Foto: Hibai Agorria Ilustraciones extraídas del cómic El Gran Wyoming. Mil palos y ninguno al agua (en el pie se especifica el dibujante y el título del capítulo al que corresponde).
Ideológicamente situado a la izquierda, roquero hasta la médula, El Gran Wyoming lleva curtiéndose en platós televisivos desde mediados de los ochenta y su historial incluye programas semanales como La noche se mueve, el primer late night emitido en este país, o el mítico Caiga Quien Caiga, con aquella desbordante desfachatez que mezclaba actualidad, humor, periodismo y entretenimiento. A día de hoy, y desde hace ya 17 años, se asoma de lunes a jueves en nuestras televisiones cuando termina el telediario de La Sexta y comienza El Intermedio, donde ejerce de sarcástico e irreverente maestro de ceremonias de un programa que mete el dedo en la llaga de la actualidad, alternando humor insolente y rigor periodístico, y que arranca siempre bajo la clásica consigna: Ya conocen las noticias. Ahora, les contaremos la verdad.
Fuera del plató, sin los tirantes ni el maquillaje, sin la gomina ni el decorado, el histrionismo sarcástico desaparece. Wyoming llega en moto a las sucesivas citas matinales que hemos concertado en un restaurante vasco de Madrid para pergeñar el guion de su novela gráfica. Al despojarse del casco es consciente de que su rostro lo conoce todo el mundo. “La televisión es una exposición continua, te ven todos, un cincuenta por ciento de este país me quiere y la otra mitad… Ya sabéis”.
José Miguel Monzón (Madrid, 15 de mayo de 1955) reconoce que tuvo una infancia feliz en el barrio de La Prospe, donde su madre regentaba una farmacia. Repasa su niñez hilando un montón de datos que tejen un relato divertido. Al hecho de que su madre padeciese una depresión severa le busca el lado positivo. “Cuando eres niño, lo que vives y ves en tu casa es lo que consideras normal. La depresión era y es una enfermedad estigmatizada. Si nos preguntaban por mamá, nosotros respondíamos que estaba bien, aunque estuviese en un sanatorio. Todo esto propició un espacio de libertad, mi padre, consciente de lo de mi madre, quiso darnos una libertad que no era normal en aquellos años, en los que los padres trataban de que sus hijos no llevasen el pelo largo y no parasen con según qué gente”.
En 1972, cayó en sus manos un reportaje que cambiaría su vida: “Salió en el dominical del ABC, a todo color, era sobre los hippies en Ámsterdam y lo que podía llegar a ser la degradación del ser: una tía que estaba que no veas, un montón de gente divirtiéndose y bailando en un parque, un tipo con el pelo largo tocando una guitarra. El texto daba lo mismo, ya solo con ver las fotos, lo que deseabas era estar allí. Aquí había una ley que prohibía juntarse a más de cinco o diez personas y allí, mientras tanto, estaban fumando porros mientras follaban debajo de un árbol”. Subió al tren, marchó hasta allí, conoció el sabor de la contracultura y, cuando regresó, ya no era el mismo.
Finalizando los años 70, y tras aquel viaje iniciático al que siguieron otras incursiones a paraísos europeos donde poder respirar la libertad que aquí había estado prohibida, se encontró cantando al frente de la banda Paracelso (donde conoció al pianista Maestro Reverendo). Visitaron la Aste Nagusia de 1978, la primera que se hacía tras la dictadura, y ganaron los dos primeros Rock Villa de Madrid, todo ello haciendo rock’n’roll y con una melena hasta la cintura. Semejantes pintas llamaron la atención de un incipiente director de cine que le fichó para su primer cortometraje, Éranse dos veces. Al poco, hizo un pequeño papel en Ópera Prima, de Trueba. Wyoming era un joven que, con avidez, consumía toda la libertad que se le ponía por delante, ya fuese corriendo delante de los grises o viajando a Marruecos, pero sin perder el tiempo.
En 1980, se licenció en Medicina antes de irse a la mili. Tras cumplir el obligado servicio a la patria y, ya sin las greñas, se juntó con El Reverendo y comenzaron su andadura musical (que terminaría durando treinta años) en un minúsculo bar de Malasaña. “Llegamos a La Aurora y tocamos. Al terminar, nos dijeron que si nos apetecía actuar todos los días la semana siguiente. Tras eso, continuamos ocho años actuando allí. Cuatro de ellos, tocábamos a diario, incluidos sábados y domingos”. El siguiente salto le llevaría de actuar en Malasaña a debutar, con una pequeña sección, en el programa de televisión, Tablón de anuncios, después de lo cual fue fichado como presentador principal en el concurso televisivo Silencio, se juega… El resto es historia.
Escucharle contar su vida, que es la de este país, resulta gracioso en ocasiones, pero da miedo en otras, como cuando expone el desencanto político o las persecuciones ideológicas que ha sufrido personal y laboralmente. Se jacta de no haber dado un palo al agua en su vida, pero, repasando su trayectoria, resulta todo lo contrario: presentador en casi todas las cadenas televisivas, ha participado en más de treinta películas, ha escrito ocho libros y prologado ni se sabe cuantos, ha vivido el rock en primera fila, ha criado a tres hijos y ha viajado por todo el mundo. “No tengo representante, si lo tuviera ganaría más del doble. Me interesan otras cosas. Por ejemplo, en El Intermedio solo trabajo de lunes a jueves. En verano, dos meses de vacaciones. Todo esto lo adorno, les hablo de la conciliación, de que tengo que rehacer mi vida, estar con mis hijos, etc. Busco buenas condiciones de vida, lo que se traduce en currar menos… ¿Sin ganar más? Pues sí, quizá, pero gano calidad de vida”.
Al acabar el encuentro matinal, largas horas de conversación donde revisamos todos los aspectos de su biografía para guionizarla en cómic, Wyoming nos deja para continuar con la siguiente parte de su jornada: a las siete debe estar en maquillaje. La señora de la mesa de al lado le reconoce y le pide una foto, Wyoming se disculpa ante ella por haberle amargado el almuerzo con tanta charla y se tira la foto, después se dirige a nosotros con complicidad: “antes solo te pedían autógrafos, pero lo de las fotos es terrible. Te la pide quien te admira, pero también el que te odia. Es complicado en ese sentido, a mí me piden muchas, pero muchas, muchas, y no queda otra. Te defiendes a veces, pones excusas, pero da lo mismo, es tiempo perdido porque esa persona va a seguir insistiendo hasta que lo consiga. Decir que no, es una pérdida de tiempo. La era digital ha matado al famoso”.
¡Ya en preventa!
La nóvela gráfica de
El Gran Wyoming. Mil palos y ninguno al agua
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