Cuando un niño se enfrenta a un folio blanco, surgen esos esbozos que intentan plasmar una imagen idílica de nuestros parajes rurales. Domina una construcción compacta y robusta, siempre protegida bajo un sombrero rojo, con una fachada principal perforada en contadas ocasiones.
Una edificación contextualizada en un entorno agrícola y ganadero, una construcción heredada de nuestros antecesores que nos lleva a imaginar nuestro paisaje rural: el caserío vasco.
El baserri es el protagonista del paisaje rural vasco después de sus más de cinco siglos de historia. Su estructura morfológica ha ofrecido una gran adaptabilidad a las exigencias que han demandado las diferentes épocas que esta tipología ha atravesado, donde ha sabido adecuarse con diferentes grados de adaptaciones.
Hoy en día la imagen arquitectónica del caserío se presenta como un volumen compacto y bien anclado al terreno y bajo una cubierta tejada con prominentes aleros. Las fachadas son principalmente de piedra, aunque también podemos encontrar algún paramento de ladrillo o de entablado de madera. La estructura interior es de madera y se constituye mediante un sistema de pórticos que permite flexibilidad para distintas adecuaciones espaciales. Todas estas estrategias arquitectónicas proporcionan una gran adaptabilidad a los sistemas de producción agropecuarios requeridos. Pues no es posible entender la arquitectura del caserío sin su relación directa con esta actividad.
La domesticación frente a la industria
Sin embargo, en las últimas décadas estamos viendo como esta tipología rural está sufriendo un proceso de domesticación importante. La actividad agropecuaria ha perdido peso específico con respecto al espacio doméstico, y cada vez encontramos estas construcciones más alejadas de los usos que lo han vinculado a su entorno. Una lectura que a priori nos resulta de-salentadora, por la pérdida de su característica multifuncionalidad con la que lo hemos conocido y del contacto con el medio rural que lo ha acogido. Pero a su vez, continúa con su proceso de domesticación que se inició prácticamente desde su origen.
Aunque es difuso el origen de esta tipología, el caserío pudo haber nacido como una unidad de producción que abastecía a las villas de su entorno, así como a las rutas comerciales que cruzaban el territorio en dirección a la costa cantábrica para continuar su andadura por mar. Cereal, la sidra, madera, etc. son algunos de los productos que se almacenaban y procesaban dentro de esta construcción proto-industrial y con los que se comercializaba en estas rutas de gran actividad comercial.
El volumen de los primeros caseríos respondía a esta escala de actividad económica, donde el núcleo doméstico ocuparía una pequeña superficie dentro de la planta secundaria de la construcción, la planta baja.
A partir de aquí, este leve espacio habitacional ha ido ganando terreno dentro del volumen del caserío, donde se ha extendido en planta ocupando la mejores orientaciones, ha colonizado las plantas superiores dotando de domesticidad a las fachadas principales. En este equilibrio multifuncional, el caserío se ha sentido cómodo hasta mediados del siglo pasado, siendo capaz de responder a las nuevas necesidades que aparecían en su entorno a través de pequeñas transformaciones.
La fotografía actual
Toda esta evolución nos ha dejado una red de miles de edificaciones de grandes dimensiones y de gran calidad constructiva que contienen escritos en sus paredes más de 500 años de historia de los labradores vascos.
Sin embargo, esta fotografía actualmente muestra muchos casos de caseríos abandonados o incluso demolidos. El impacto de la industrialización y la falta generacional en la actividad agropecuaria han sido algunos de los factores más relevantes en generar este efecto dominó que empieza en la obsolescencia funcional y acaba en el desuso y abandono de los espacios “industriales” del caserío, quedando únicamente la vivienda. Una realidad que a lo largo de las últimas décadas cada vez ha estado más presente y que requiere una visión y apuesta de futuro.
El caserío, oportunidad de futuro
Ante tales circunstancias, a día de hoy, la sociedad vasca necesita revertir la decadencia y aprovechar esta situación idónea para crear oportunidades de futuro. Oportunidades que partan desde el respeto a la historia y a los nuevos retos socioeconómicos y arquitectónicos.
Será necesario transformar nuestra manera de ver el caserío. De empezar a considerarlo un nodo habitacional de gran calidad constructiva y de gran valor cultural que es capaz de albergar distintas funciones, que por primera vez en su historia no están necesariamente ligadas al primer sector.
Hoy nos toparemos en nuestro entorno rural con realidades que antes eran difíciles de imaginar, siendo común encontrarnos con caseríos que se han vinculado al turismo cultural, a escenarios de difusión o a una completa domesticación de sus espacios internos. Son cada vez más los que se han convertido en casas rurales o restaurantes, museos o escuelas granja, preservando mayoritariamente los espacios domésticos heredados desde siglos anteriores.
Asimismo, esta transformación traslada ineludiblemente a la arquitectura del caserío a abrazar los nuevos retos medioambientales y a adaptarse a nuevos requerimientos energéticos y de confort. La construcción que respondía a una función agropecuaria, se enfrenta a nuevas condicionantes higrotérmicas muy distintas y a la vez exigentes, que requieren inexorablemente actuar con gran sensibilidad en este patrimonio construido. Los elementos de gran valor histórico se encuentran ante nuevas demandas térmicas, por lo que la intervención arquitectónica necesitará equilibrar el respeto patrimonial con el impacto medioambiental.
Por todo ello, al caserío vasco le toca adaptarse otra vez a las nuevas demandas contemporáneas, y así seguir reinando nuestros paisajes rurales, escribiendo nuevas hojas en su libro de más de 500 páginas.
Texto: Ugaitz Gaztelu, Ibon Tellería y Jorge Rodríguez Fotos: Hibai Agorria