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Ramón Barea

Como actor cuenta en su haber con más de 100 películas, 50 cortometrajes e innumerables obras de teatro y series de televisión. Dramaturgo y director de cine multigalardonado, recibió en 2013 el Premio Nacional del Teatro.

Fundador de Karraka y autor de “Bilbao, Bilbao”, acaba de cumplir los 65, hace tres años que fundó Pabellón 6 y sigue dispuesto a apuntarse a un bombardeo. “Y, si no, lo organizo yo”.

El sol es un enorme foco sobre un telón azul junto al decorado del Nervión. Justo donde la arquitecto Zaha Hadid ha imaginado el nuevo Bilbao, Ramón Barea forja teatro. En la Ribera de Deusto, muy cerca de donde se funden las cadenas más grandes del mundo. Ahí, en el Pabellón 6, que cumple tres años, engarza los actos del ensayo de la “Orquesta de señoritas” de Jean Anouilh como si fueran eslabones. El teatro le libera. Y, a la vez, está candado al misterio de los escenarios.

La compañía detiene el ensayo de la comedia amarga en la que la magistral Itziar Lazkano será la mandamás de una banda musical de seis mujeres y un hombre. Cada cual se mira el teléfono. Barea come un plátano -la monda actuará de cenicero para los restos de media docena de Ducados- y responde las preguntas. Se sienta en el exterior de la añeja fábrica travestida en sala de ilusiones. Una evidencia más del Bilbao que se maquilla de postindustrial. A un lado, el cauce de la ría; al otro, el canal de Deusto.

Tres años de Pabellón 6

Tengo muchas ganas de que este proyecto, este Pabellón 6, aglutine a gente que quiera trabajar, que genere actividad. El corazoncito lo tengo puesto aquí. Me gustaría que creciera, que se convirtiera en un lugar casi de culto de la ciudad. Y que los turistas vinieran a Bilbao y buscaran el Pabellón 6 en el mapa para ver qué se estaba cociendo”.

Barea y su tripulación arribaron hace tres años a esa península donde los talleres agonizan, en un entorno alejado del meollo urbano, corriente abajo de Botica Vieja, frente aOlabeaga, rodeado por los fantasmas de industrias como Artiacho Consonni, en ocasiones a la sombra de viejos mercantes exsoviéticos que fondean en el canal.

Empezaron a trabajar en la Semana Santa de 2011 con la intención de levantar el telón en Aste Nagusia. Cuatro meses escasos para cambiar máquinas por camerinos. Funcionó. El boca a boca hizo el resto. Ahora no son raros los llenos.

No queremos hacer una cosa excesivamente vanguardista que se convierta en un reducto de teatreros. El objetivo es captar público en general. Y también contar con un lugar de entrenamiento para los profesionales. La ventaja que tenemos aquí es que se pueden juntar equipos de trabajo de diferentes compañías, adquirir compromisos puntuales. El gran chollo para nosotros es un lugar donde vas a montar una obra y vas a estar dos meses seguidos, que vas a hacer 30 representaciones seguro. Eso es algo insólito. Las compañías normales hacen una función o dos y pueden tener que esperar tres meses para volver a representarla. Eso genera un público, una relación del público con los actores. Gente que a lo mejor no va al Arriaga, de pronto, en este contexto, le hace gracia ver a los actores en la barra, puede hablar con ellos, el escenario se vuelve muy próximo”.

La pereza de dirigir cine

El éxito de la obra “Cabaret Chihuahua”tuvo mucho que ver con la consolidación de Pabellón 6. Y también, a lo mejor, un Ramón Barea que, aunque siga apuntándose “a un bombardeo y, si no, lo organizo yo”, busca permanecer vinculado a un espacio y una actividad, arguye que “quizá por la edad”. Ahora le da “pereza” empezar a mover el guion de una nueva película que dirigir. Aventura que “el guion que me gusta a mí no le va a hacer gracia a ninguna cadena de televisión, ni a productora alguna. Lanza el guion, contacta con productores, monta la producción… Prefiero filmar documentales por mi cuenta, con una cámara y el ordenador, sin producción. Creo que se pueden hacer cosas sin tener que pasar por una televisión y la industria. En eso estoy”.

Además, claro, siempre aparece el teatro. “Es uno de los pocos espacios que queda para hablar de la vida, para representar la vida, para entenderla y para tener un tipo de reflexión. Cada vez hay menos reflexión. Cada vez los mensajes son más inmediatos y más cortos. Todo es un zapping. La vida misma es un zapping. Ni el aparato emocional ni el cerebro dan para poner en orden lo que sucede. Se acepta todo. Y todo pasa”.

Un teatro que, como todo, se encuentra en proceso de cambio. “Este fenómeno de que los actores toman otros espacios, funciones en pisos, salas pequeñas, que proliferan, me parece lo lógico. Los actores estamos tan fuera de los teatros que es normal que pase esto. Los intérpretes somos sólo materia contratable. La sala es de un señor, de un gerente, un gestor, nunca de los actores o los bailarines. El Arriaga de Bilbao es una excepción: hay un director de ópera (Emilio Sagi) a los mandos, aunque se va este año. Existe una dirección artística además de un gestor puro y duro. Eso no se encuentra en ningún teatro de Euskadi. Es porque se ha pensado que los creativos tienen que estar fuera. Hacer que los teatros los habiten gentes del teatro, que haya gente ensayando, currando, sería lo normal. Y no pasa”.

Un actor sin místicas

Sobre lo que ha ocurrido con el teatro, Barea tiene su propia teoría. “Por un exceso de protección la administración ha estado tomando resoluciones con el fin de proteger la producción cultural. Han empezado a sustituir la iniciativa privada por un gestor ¿No debería ser al revés? ¿No habría que ver qué es lo que habría que impulsar? ¿O apoyar la propia iniciativa del teatro? La administración debiera ser un poco más receptiva con lo que hay y estar a su altura. Lo público ha suplantado al viejo empresario teatral… para comportarse igual que él. Y la empresa privada se ha ido al carajo. En Euskadi ya no quedan empresarios teatrales”.

Es probable que eso le haya impulsado a crear Pabellón 6, a él, que es un comediante terrenal. “A mí no me va esa mística del actor que se confunde con el personaje. Esto es un oficio y sabes perfectamente lo que estás haciendo. Ojalá en la vida se pudieran atar los cabos como en las obras de teatro. Ahí no tienes guion”.

Empiezan a sonar las voces de las actrices y los técnicos en la sala. Barea recoge el paquete de Ducados que pondrá al lado del café en la mesita auxiliar aneja a la silla del director, que es exactamente igual a todas las demás sillas. “La trayectoria también marca. El hecho de venir de inventar el teatro, de hacer giras por frontones cuando no había salas o eran un cine roto, cargar y descargar la furgoneta… Eso te deja muy lejos del glamour y te hace encarar el oficio con los pies tocando el suelo. Eres Premio Nacional de Teatro y un año después puede que no te llame nadie. Aquí no hay garantías, esta es una actividad muy inestable”, concluye.

Y se introduce en el Pabellón de manufacturar funciones. A dirigir otro ensayo en ese lugar en el que Ramón Barea se encadena a la libertad del teatro.

APOYO 1

BILBAO

Este Bilbao es deslumbrante”

Ramón Barea, tras nueve años en Madride innumerables giras teatrales, confiesa que se va “adaptando a Bilbao”. Vivió en Tívoli y en Matiko. Ahora es vecino de Marzana.

Este Bilbao deslumbra. Es importante que haya un nuevo modelo de ciudad, que dé vida y trabajo. Pero todos tenemos la ciudad de nuestra infancia, que no es esta. ¡Qué bonito está Bilbao!, te dicen los amigos de Madrid. Si, está bonito, está distinto, cada vez hay una cosa nueva. Me voy adaptando a este nuevo Bilbao”.

Según Barea “este nuevo Bilbao evoca modernidad, innovación, pero tiene algo de decorado. El otro día imaginaba estos grandes edificios ¿cuánto tiempo pasará antes de que estén completamente vacíos, sin empleados? De pronto una cosa futurista en la que sólo haya un señor viviendo en la primera planta y el resto sean viejas oficinas abandonadas, todo gestionado con máquinas informatizadas… También es verdad que el propio Pabellón 6 forma parte de ese Bilbao de ahora”.

APOYO 2

ALEX ANGULO

Con Álex Angulo se fue una forma de estar en el teatro”

Al actor le cambia el gesto para evocar al recientemente fallecido Álex Angulo. Más que un compañero. Más que un amigo. “Álex Angulo era un tipo que siempre vivió en grupo. A los veintitantos años empezamos a trabajar en grupo. En Cómicos de la Leguao en Karrakavivíamos juntos, se mezclaba lo personal con lo colectivo, con la vida, con todo. Creo que el cine y la televisión nos robaron a Álex del teatro. Hizo muy poco teatro en la recta final. Durante este último año, precisamente, nos dijo que ya tenía muchas ganas de volver a hacer teatro. Ya me he comprado el piso, ya estoy tranquilo, quiero regresar a las tablas, nos comentó”.

Ahora las trayectorias de los actores emergentes son muy diferentes. “Los actores tienen carreras más individuales. Incluso en algunos casos se valoran en los actores características que no tienen que ver con la interpretación, como la popularidad por ejemplo. Pero Álex, además de un gran actor, era un hombre de colectivo, alguien capaz de dar vida a un equipo de trabajo. Alguien que cuenta con los otros, se pone en su lugar, se adapta. Con Álex se ha perdido una forma de estar en el teatro”.

Texto y Fotos: José Javier Gamboa

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