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Guggenheim. Titán de titanio

Icono de Bilbao y de la modernidad en todo el mundo, es el símbolo del efecto Guggenheim que se convirtió rápidamente en mito planetario de la regeneración urbanística. A punto de cumplir su 20 aniversario, continúa en plena forma irradiando su enorme poder de fascinación.

Adivina, adivinanza… ¿Quién es ese coloso que emerge a orillas de la Ría brillando como si fuera de otra galaxia, sacó a Bilbao de su pasado gris, la ayudó a reinventarse, recuperó su autoestima y la propulsó a escala internacional convirtiéndola en una de la ciudades icónicas del siglo XXI? Efectivamente: el Museo Guggenheim Bilbao.

Este poderoso gigante de titanio ha ganado muchas batallas empezando por las críticas de la mayoría de partidos políticos y la oposición de gran parte de la opinión pública que se opuso ferozmente a su nacimiento. Pero ha terminado ganándose el corazón de los bilbaínos y bilbaínas que lo han integrado en su imaginario hasta tal punto que es una de las tres cosas con las que no te puedes meter; las otras dos son el Athletic y la Virgen de Begoña.

El padre de la criatura es el mago Frank Gehry, arquitecto canadiense que está considerado uno de los arquitectos más importantes e influyentes del mundo, y es internacionalmente célebre por su arquitectura personal, que incorpora nuevas formas y materiales y es especialmente sensible con su entorno.

La construcción tuvo lugar entre octubre de 1993 y octubre de 1997 y el emplazamiento elegido, en una curva de un antiguo muelle de uso portuario e industrial, supuso la recuperación de la Ría del Nervión para la ciudad y su reurbanización para la cultura y el ocio.

Debido al diseño escultórico del edificio, es decir, a la complejidad matemática de las formas curvilíneas proyectadas por Gehry, éste decidió emplear un avanzado software inicialmente utilizado en la industria aeroespacial, CATIA, para trasladar fielmente a la estructura y facilitar su construcción. Para la piel exterior del edificio, el arquitecto eligió el titanio tras descartar otros materiales y comprobar su comportamiento en unas muestras que había en el exterior de su propio estudio. El acabado de las cerca de 33.000 finísimas planchas de titanio consigue un efecto rugoso y orgánico, al que se suman los cambios de tonalidad del material según la atmósfera reinante con la que se mimetiza. Los otros dos materiales empleados en el edificio, piedra caliza y vidrio, en perfecta armonía, logran un diseño arquitectónico de gran impacto visual. Con 24.000 m2 de superficie, de los que 11.000 están destinados a espacio expositivo, el edificio representa un hito arquitectónico por su audaz configuración y su diseño innovador, conformando un seductor escenario para el arte que en él se exhibe.

Este Titán de titanio se inauguró en 1997 y desde entonces hubo un antes y un después en la Villa de Bilbao. Se ha convertido en paradigma de museo del siglo XXI. El efecto Bilbao es el espejo en el que con frecuencia se miran las apuestas de proyectos culturales en otras ciudades del mundo. Y es caso de estudio en muchas universidades.

El Guggenheim en su día era una bilbainada, como lo era el Metro, como lo era la remodelación de Abandoibarra, como lo era el Tranvía, como lo era hacer de Zorrozaurre una isla, como lo era la transformación de la Alhóndiga, antiguo almacén de vinos, en un gran centro cultural… Bilbao ya no es una bilbainada. Hace tiempo que el Botxo decidió dejar que sus sueños fueran más grandes que sus miedos.

Texto e ilustraciones: Asier Sanz

 

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