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Principal Gorbeia

El macizo del Gorbeia y sus lugares con encanto

Mencionar el monte Gorbeia (1.482 m) y visualizar la cruz que lo corona es un acto involuntario, instintivo, pues se trata de uno de los iconos de la orografía vasca. Pero más allá de la conocida cima, este macizo montañoso alberga rincones llenos de encanto y de misterio algunos de los cuales se describen en las siguientes líneas.

El macizo del Gorbeia se reparte entre las provincias de Bizkaia y Araba. Con una superficie de 33.000 hectáreas y con 31 cumbres por encima de los mil metros de altitud, posee un mosaico de hábitats que va desde los hayedos a las prados de montaña pasando por turberas, roquedos, arroyos y diversos tipos de bosque.

Es, pues, un espacio rico y frágil desde el punto de vista biológico que acoge a multitud de especies vegetales y animales que precisan de protección. Para algunas, sin embargo, ya es tarde, caso del oso, que habitó aquí hasta 1808, año en el que se abatió el ultimo ejemplar en la zona de Orozko. Anteriormente ya había desparecido el lince y similar destino tienen en la actualidad los pocos ejemplares de lobo que se aventuran esporádicamente por la zona.

Iniciamos un recorrido por algunos rincones de este paraíso montañoso que es visitado anualmente por miles de senderistas y amantes de la naturaleza.

El primer lugar de obligada vista es el karst de Itxina, una mole rocosa erosionada por el agua que destaca por encima de las tierras de Orozko y Arratia. Horadado por cuevas, simas y grietas, este laberinto de musgo y caliza se vuelve inquietante cuando lo invade la niebla, momento propicio para confundir los troncos retorcidos de hayas y tejos con seres fantasmagóricos, origen de mitos y leyendas.

Allí se encuentra el espectacular Ojo de Atxulaur, una ventana natural abierta en la pared rocosa que permite el acceso al interior del laberinto. Dicen que ahí habitaba “zezengorri”, un numen con forma de toro que echaba fuego por la nariz. Era la trasfiguracion de un ladronzuelo que antes de fallecer escondió un tesoro en Atxulaur. La bestia lo defendió de expoliadores hasta que se depositaron allí los huesos del ladrón, momento en el qué desapareció.

Otro paraje singular es la enorme cueva de Supelegor, morada de Mari, la diosa pagana por excelencia en la mitología vasca. Cuentan que un pastor construyó su cabaña cerca de la gruta y para protegerse de la diosa colocó cruces y velas benditas en la techumbre. Al de poco, una bandada de buitres se acercó para exigirle que retirara los amuletos. Tras hacerlo, no volvieron a molestarle.

Nos acercamos ahora al exterior de Itxina. En la base de su muralla occidental el río Sintxita ha excavado un barranco salvaje donde se ubica una de los saltos mas bellos del macizo, la cascada de Sintxita. Rodeada por hayas que difícilmente enraizan en la roca, el agua cae sedosa y sigue su camino para unirse a las de otro arroyo, el Aldabide, que nace de la roca en el vértice norte de Itxina. Allí se forma la bonita cascada de Aldabide, coronada por las famosas Atxak, espolones rocosos e inexpugnables que refuerzan la personalidad agreste del entorno.

Ya en tierras de Zeanuri y Ubidea y partiendo del puerto de Barazar, el Gorbeia esconde dos coquetos lugares fáciles de visitar. Por una parte el hayedo de Otzarreta, atravesado por el arroyo Zubizabala que discurre mansamente entre pequeños meandros. Este bosquecito, que parece diseñado por un exigente jardinero, es tan bello que se hace difícil ya pasear por él en soledad, dada la enorme afluencia de fotógrafos que acuden cada día a visitarlo. Cerca está también la cascada de Uguna, bajo las peñas de Atxuri. El arroyo Uguna se desploma 35 metros en un entorno solitario poblado por gruesas hayas carboneras, con sus nudosas raíces al descubierto y tapizadas de musgo.

Dejamos las tierras de Bizkaia y nos vamos al Gorbeia alavés para caminar lentamente por dos enclaves dominados por el bosque y el agua. El primero es el hayedo de Altube, la masa forestal más extensa de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Visitar este bosque en otoño y disfrutar de las diversas tonalidades de la hayas, robles y arces proporciona un enorme placer al senderista, placer que puede ser doble si además se tiene la fortuna de observar a alguno del medio millar de ciervos que allí habita.

En el mismo bosque, y rodeada por el hayedo, se encuentra la laguna de Lamiosin (que significa laguna de las lamias, seres mitológicos con aspecto de sirena que habitaban en pozas y ríos). En sus mansas aguas nadan plácidamente las fochas y los ánades reales. Las garzas deambulan por la orilla buscando ranas y algún que otro cormorán se sumerge en busca de peces. La paz es absoluta, sólo rota por el ladrido de algún corzo en celo.

El otro lugar que hay que conocer es la parte alta del río Baias, una de las entradas al parque natural que más visitantes recibe por su accesibilidad. Las aguas de este río son tan limpias que en ellas habita la nutria y el visón europeo. El paseo, que comienza en el Centro de Interpretación del parque y que asciende incluso hasta la cruz del Gorbeia, es un recorrido en el que se suceden pozas y cascadas.

Como la cascada de Padrobaso, apreciada por los bañistas y que llega casi a desaparecer con las grandes nevadas por la subida del caudal. Aguas arriba cruzamos diversos puentes de hechura humilde hasta llegar al de Arlobi, construído de manera rústica en un paraje ya montano pero ensoñador.

Estamos en la base de los montes de Arno, lugar rico en monumentos megalíticos. Por tal motivo nos dirigimos al cercano menhir de Arlobi, un monolito tallado en arenisca de 5 metros de altura y 4 toneladas de peso. Un poco más allá, en las faldas del monte Oderiaga (1.244 m), se puede visitar también el menhir de Pagozarreta. Sentados en su base herbosa, contemplamos en su inmensidad la Sierra Salvada o Gorobel a la par que pensamos sobre el motivo que tuvieron nuestros ancestros para construir semejantes monumentos en lugares tan bellos como solitarios.

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