Entre Bakio y el Puerto Viejo de Algorta (Getxo) se encuentra la ruta del Flysch de Bizkaia, un camino costero que discurre por bonitas calas, playas, acantilados de vértigo y hasta rocas volcánicas. Un sendero para caminar y disfrutar de un baño, pero también para dejarnos sorprender con las extrañas formas de un paisaje marcado por un nombre: el Flysch.
La historia del Flysch
El Flysch, palabra puesta de moda por los pueblos de Zumaia y Deba, es un término geológico que describe una serie de capas rocosas que, con aspecto de pastel de hojaldre, se formaron en el fondo del mar hace unos 100 millones de años, tras los interminables depósitos de lodos y arenas que los ríos arrastraron al océano.
Más tarde, cuando la Península Ibérica chocó contra Europa, esas capas, que ya se habían convertido en dura roca, se plegaron y se levantaron por encima del mar, formando, además de los Pirineos, las actuales tierras de Euskal Herria y, por supuesto, el Flysch de Bizkaia.
La catedral de los pliegues
En este paseo veraniego, veremos partes de ese Flysch porque un solo reportaje no da para describir tanta maravilla natural, así que comenzamos esta ruta en la playa de Barrika, un paraíso para surfistas y gente amante del silencio.
Cuando la bajamar y el atardecer coinciden, las rocas erosionadas por las olas forman figuras sinuosas parecidas a culebras que se pierden en el horizonte, un espectáculo muy apreciado por los fotógrafos que visitan repetidamente este lugar.
Si, aprovechando la bajamar, caminamos hacia el oeste, en la pequeña cala de Mendikoazpi podréis ver que el acantilado está formado por unas espectaculares capas rocosas levantadas y plegadas como el fuelle de un acordeón. ¡Imaginad qué fuerzas tuvieron que intervenir para que se formara este paraje al que los geólogos llaman “La catedral de los Pliegues” o “La Capilla Sixtina de los pliegues angulares”!
Bolas de lava en Meñakoz
Seguimos en dirección a Sopela por la ruta que bordea los acantilados y llegamos a la cala de Meñakoz, tan bonita como tranquila. Descendemos a la orilla y nos acercamos a su extremo izquierdo, donde encontraremos unos apilamientos de rocas redondeadas de tonos verdes y amarillentos. Se llaman pillow lavas o lavas almohadilladas y surgieron hace 100 millones de años, tras una erupción volcánica submarina. La lava que emergía se enfriaba con rapidez y adquiría esas formas esferoidales, hoy convertidas en duro basalto.
Los tecnofósiles de Gorrondatxe
Tras dejar atrás las sucesivas playas de Sopela, hay dos motivos (además del paisajístico, claro) para visitar nuestro siguiente destino: la playa de Gorrondatxe o Azkorri (Getxo).
El primer motivo es que en su acantilado se encuentra un Clavo de oro (geológico), un clavo dorado incrustado en la roca que indica el lugar donde estudiar a nivel mundial el período Luteciense (47,8 Ma). No es fácil encontrar esos lugares tan exactos (en todo el mundo solo hay 75 lugares así) y Gorrondatxe cuenta con el honor de ser uno de ellos.
El segundo motivo son sus terrazas de arenas endurecidas, que contienen incrustaciones de vidrio, ladrillos refractarios o escorias. Estos objetos, llamados tecnofósiles por su origen humano-tecnológico, provienen de la actividad metalúrgica del Gran Bilbao en el siglo XX. Tras ser vertidos a el Abra, el mar los depositó en estas playas. Luego, mediante un proceso químico, la arena suelta se compactó y creó esas curiosas terrazas. Lo que la naturaleza crea en millones de años, el ser humano lo ha facilitado en menos de un siglo.
También os llamará la atención el color negro de su arena, que no es por suciedad. Si acercáis un imán, veréis que se trata de limaduras de hierro provenientes de la metalurgia antes comentada.
Tunelboka y sus nummulites
El sendero continúa hasta Tunelboka, una cala de complicado acceso y paraíso de pescadores. En su entorno, podemos encontrar unos pequeños fósiles con aspecto aplanado que se llaman nummulites (del latín nummus, ‘moneda’). Fueron unos organismos marinos que vivieron hace unos 50 millones de años y cuyos restos abundan en esta zona.
Si descendemos al arenal, veremos arenas cementadas de nuevo y, si tenemos suerte, encontraremos algún ladrillo refractario de los altos hornos que aún mantiene el nombre del fabricante, al igual que en Gorrondatxe.
Aixerrota, un molino de viento icónico
Nos acercamos al final del camino. Tras pasar junto al Fuerte de la Galea (siglo XVIII), vemos ya la inconfundible silueta del molino de Aixerrota, también del siglo XVIII, que se valió de los fuertes vientos costeros para moler maíz y piensos. Las vistas que ofrece de la playa de Arrigunaga y del Abra son magníficas.
Y para terminar esta ruta “geo-veraniega” nos acercamos al Puerto Viejo de Algorta, uno de los lugares más coquetos de nuestra costa. En esta antigua aldea de pescadores, de casas blancas e intrincadas callejuelas, el tiempo parece haberse detenido. No puede haber un lugar mejor para reponer fuerzas tras la caminata realizada.
Texto y fotos: Jon Benito