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La Gabarra. Por el río Nervión…

Texto: J. A. Pérez Capetillo • Fotos: Athletic Club y Pedro Ajuriaguerra

Por el río Nervión bajaba una gabarra… rúmbala, rúmbala, rum… con once jugadores del club atxuritarra”. Por fin, bajó de nuevo. Cuarenta años después. La letra de la canción tradicional del grupo Alirón (no podía llamarse de otra forma) revivió. Había tantas ganas… Fue en 1984 cuando bajaron por última vez desde el Abra mitos como Zubizarreta, Dani, Sarabia, Argote, Urkiaga, Goikoetxea, Liceranzu, De Andrés, Núñez, Gallego, Urtubi, Sola, Patxi y Julio Salinas, Endika, Noriega… con Javier Clemente de entrenador. Un millón de almas salieron a recibirles a ambos lados de la ría. Ha sido el 11 de abril de 2024 cuando ha emergido ese dichoso recuerdo, que estaba como hundido desde hacía cuatro décadas en la ría, como si la Gabarra hubiera naufragado. El símbolo mágico del Athletic resucitó y transportó a los sucesores de los anteriores campeones, que iban con las mismas camisas que llevaron los héroes de 40 años atrás. Ahí estaban De Marcos, Unai Simón, Julen Agirrezabala, Iñaki y Nico Williams, Sancet, Vesga, Villalibre, Yuri Berchiche, Iker Muniain, Raúl García, Lekue, Guruzeta, Vivian, Paredes, Yeray, Dani García, Ruiz de Galarreta, Herrera, Prados, Unai Gómez, Jauregizar, Berenguer… Los chicos de Ernesto Valverde fueron escoltados por los anteriores campeones en una de las muchas embarcaciones —unas 160— y traineras que acompañaron a esta añorada barcaza de casco plano sin motor que tiene que ser arrastrada por un remolcador.

El Athletic surcó de nuevo el Nervión, como en la canción de esta banda sonora tan especial. La Gabarra es algo sagrado, un icono querido por la afición. Varias generaciones habían oído hablar de ella. Así que, de nuevo, un millón de corazones se apostaron en las dos márgenes de la ría —en cada balcón, ventana, tejado, árbol o señal de tráfico desde los que se podía ver la comitiva y esa inaudita estampa— para gritar “somos los mejores del mundo, un club único”. Y más, con títulos como este último en Sevilla, que propició esta locura colectiva de la que se hizo eco en todo el planeta Tierra. Las múltiples imágenes de la Gabarra a lo largo de sus trece kilómetros de recorrido, atravesando una marea humana, fascinaron al mundo. Un sueño. Lo vivido en la desembocadura del Nervión esa calurosa jornada de jueves, con un sol radiante que se sumaba a la fiesta, es historia del fútbol y del deporte. El color rojiblanco inundó este trayecto extraordinario desde la salida de la Gabarra, que partía desde el Real Club Marítimo del Abra – Real Sporting Club con los jugadores en la proa. Se inició con unos bellos arcos de agua, que evocaban el antiguo San Mamés, y la fantasía no cesó hasta la llegada de la tan deseada embarcación a los alrededores del Ayuntamiento. Fíjense si había ganas de estar cerca de los campeones que hasta un avión alteró su rumbo para formar parte de esta fiesta impactante para cualquiera. Había sido casi una media vida de espera, de expectativas cumplidas en La Cartuja. El Rey de Copas estaba de nuevo sobre la Gabarra. No, no había naufragado. Estaba ahí, esperando. Demasiado tiempo, sí. Tanto que el Bilbao gris que dibujaba el recorrido de 1984 había cambiado completamente respecto al actual… La ciudad es mucho más moderna. Se ha transformado. Tiene un nuevo decorado. El paso de la Gabarra por el Museo Guggenheim Bilbao era una imagen utópica. Los ídolos son los mismos. No cambian. Y la afición es sempiterna. Aitites, amamas, aitas, amas, jóvenes, niños y niñas… nuestra cantera. De nuevo, se disparó ahí la ilusión de un millón de personas en una celebración irrepetible en el mundo. No faltaba nadie, ni los que ya no están. Porque muchos fueron con las camisetas, bufandas o pañuelos de sus antecesores. Por eso, al paso por el nuevo y grandioso estadio de San Mamés, se lanzaron a la ría desde la Gabarra pétalos y rosas en recuerdo de aquellos que no podían ver de nuevo a un Athletic campeón.

La resurrección de la Gabarra fue la confirmación de muchos fieles y el bautizo de bastantes más. Desde primera hora de la mañana, ya había miles de personas al borde de un recorrido hechizante que todos inmortalizaron con las fotografías y vídeos de sus móviles. Las imágenes de estas páginas muestran a un millón de campeones a lo largo de un mítico recorrido de color rojo y blanco. Los colores de la emoción y del sentimiento, pero también de la pasión y del orgullo. Los colores del Athletic. Dos márgenes, la izquierda y la derecha. Y en ambas, una multitud agolpada metro a metro, una marea de euforia, de felicidad. Gritos, cánticos, música, aplausos, saludos, bengalas, sonrisas infinitas, rostros encendidos, banderas y bufandas al viento, pancartas y clamor colectivo, ingredientes mezclados en una coctelera hasta generar un cuadro lo más parecido al surrealismo. Así, hasta llegar al destino, al Ayuntamiento, después de pasar el Puente Colgante, —con Portugalete y Las Arenas a rebosar, al igual que en Altos Hornos y Lamiako, Sestao y Erandio, Punta Zorroza y Lutxana, la Ribera de Zorrozaurre, el Museo Marítimo y Deusto, Uribitarte y el Campo Volantín— hasta el desembarco. El éxtasis colectivo. ¡Athleeeeeeetic! ¡Eup! La Gabarra, esa embarcación de 18 metros y medio de eslora y ocho y medio de manga, flotaba de nuevo. Ese rito marítimo no era un sueño. Los más veteranos agitaron su nostalgia y los más jóvenes sintieron lo que les habían contado. La Gabarra existe. El Athletic transitó sobre las aguas de la ría durante tres horas a través de un pasillo humano. Y el agua de la ría, por un día, fue roja y blanca. O quizás lo es así desde siempre.

©Athletic Club

El Ayuntamiento. Celebración

Los jugadores del Athletic se sentían emocionalmente exhaustos después de los trece kilómetros de sueños cumplidos, pero quedaba aún más celebración, la del Ayuntamiento. Seguimos con nuestra banda sonora y qué mejor que ese Celebration de Kool & the Gang en el que se tararea en inglés eso de “Esta es tu celebración. Vamos, celebra tus buenos momentos. Hay una fiesta aquí mismo. Una celebración que perdurará a lo largo de los años. Celebremos todos y pasemos un buen rato. Es hora de unirnos”. Ni pintada ¿verdad? No hay palabras tampoco para describir el entorno del Ayuntamiento de Bilbao, escenario del siguiente episodio. Ahí se concentró la mayor densidad de personas de todo el recorrido. Muchos esperaban ahí desde la mañana con una elevada carga de emoción. Fue la continuación de la fiesta. Los héroes de la 25ª llegaron pasadas las siete de la tarde. Insólitos seísmos sobre el suelo de Bilbao. Más cánticos, energía, cariño y emoción infinita. Iker Muniain ejerció de maestro de ceremonias en la balconada del consistorio bilbaíno. Desde ahí gritó a una multitud que estalló mientras levantaba la Copa: “Esto es vuestro, de todos los athleticzales. Somos una familia”.

©Athletic Club

La Diputación. Escalera al cielo

Al terminar la celebración en el Ayuntamiento, a la plantilla le aguardaba otro baño de masas, así que se subió a un autobús descapotable para dirigirse a la Diputación, en la Gran Vía. El vehículo cortaba como un cuchillo a través de la multitud. Nadie estaba cansado. En la Diputación, Ernesto Valverde soltó una sentencia dirigida a todos: “Sois los mejores y punto”. La religión del Athletic.

Era el final de fiesta. Hubo más fotografías, más discursos, más reconocimiento y demostración de lo que supone ser un equipo único en el mundo. La comunión entre equipo e hinchada fue impactante. Un ejemplo de sentimiento de pertenencia. Toda Bizkaia hizo suyo este éxito, que es más satisfactorio cuando se comparte. When all are one and one is all se escucha en la parte final del mítico tema Stairway to heaven de Led Zeppelin. “Cuando todos son uno y uno es todo”.

Cuatro décadas de sequía dieron paso a una riada de entusiasmo en un día histórico y maratoniano. En la Diputación también sonó el Txoria txori de Mikel Laboa, con ese maravilloso verso que estremece: “Si le hubiera cortado las alas, hubiera sido mío, no hubiera escapado. Pero así, hubiera dejado de ser un pájaro. Y yo… lo que yo amaba era el pájaro”. El Athletic llamó a las puertas del cielo y le pusieron una escalera para volar hacia él.

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