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Zorrotzaurre. Evocando los tiempos modernos

El futuro arrasa con el pasado a su paso, es cierto.

Pero ahí está la fotografía, para recordarnos que existió Pompeya, que antes de que lloviesen las ideas creativas y la estética hubo chaparrones de sudor e ingenio alrededor de aquella industria que se puso en pie con una revolución.

Tiempos modernos, una de las grandes obras maestras de Charles Chaplin, es una mezcla entre el cine mudo y el sonoro; incluso a veces es considerada como la última película muda de la historia. La historia se cuenta en un santiamén. Extenuado por el frenético ritmo de la cadena de montaje, un obrero metalúrgico que trabaja apretando tuercas pierde la razón. Después de recuperarse en un hospital, sale y es encarcelado por participar en una manifestación en la que se encontraba por casualidad. En la cárcel, también sin pretenderlo, ayuda a controlar un motín, gracias a lo cual queda en libertad. Una vez fuera, emprende la lucha por la supervivencia en compañía de una pobre joven huérfana a la que conoce en la calle.

En la película se emplearon algunos efectos auditivos, como música, cantantes y voces provenientes de radios y altavoces así como la sonorización de la actividad de las máquinas. Algo semejante ha ocurrido en Zorrotzaurre a lo largo de los últimos años: fue allí donde humearon las viejas y grandes fábricas y algunos de los restos de aquel naufragio industrial recuerdan, a veces, al patio de una cárcel tras el motín. Como remate de este juego de espejos, decir que Zorrotzaurre ha sobrevivido a los tiempos duros del olvido y hoy destaca como el espacio elegido para el estirón de un nuevo Bilbao moderno.

Lo mismo una fachada desconchada pintada en verde, con un teléfono de viejo estilo pegado a la pared como un fósil atrapado en el ámbar del ayer, que los vestigios de una caldera que se quedó fría; igual que un laboratorio del fotografía con sus líquido de revelar al que le pasó por encima la máquina del progreso que los restos de una sala de máquinas con la que regodearse en la ensoñación. Si uno deja libre y al vuelo su imaginación, aún pueden oírse las voces: ¡A toda máquina!, ¡más madera! Juraría que incluso se escucha el rugir de los motores si uno aplica el oído al suelo.

 

Es curioso, pero la nostalgia ya no es lo que era. No conviene, a la vista de estas imágenes, caer en la red de las añoranzas, sobre todo porque ese universo que hizo de Bilbao -¡qué digo de Bilbao, de Bizkaia entera!- un territorio sagrado para la industria, no volverá. Tampoco es que el cepo del que hablaba Joaquín Sabina (“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, cantaba el bardo…) nos atrape. Sucedió, vaya que sí sucedió. Ahí están las huellas, impresas en papel satinado merced a las mañas, el espíritu y el ojo hábil del fotógrafo. El misterio de las imágenes obra la magia: hoy decadente nos evoca al ayer.

No lloren, no. No merece la pena. Zorrotzaurre no está muerto. El proyecto de Zorrotzaurre revive con el boca a boca, con los cuidados de los primeros auxilios que lo han rescatado. Sobre ese suelo se pone en pie, como si cobrase vida, un coloso de la antigüedad, la última gran operación de regeneración urbana puesta en marcha en Bilbao. Su estampa, reflejada en las fotos que podrán sacarse dentro de un puñadito de años, representa un plan integral y sostenible, que recupera un espacio actualmente degradado para convertirlo en un barrio nuevo de Bilbao bien conectado con el resto de la ciudad. Florecerán viviendas accesibles, áreas de implantación empresarial no contaminante, numerosos equipamientos sociales y culturales así como de amplias zonas de disfrute ciudadano.

Dicho en voz de los poetas, la creatividad suplirá al sudor como agua de riego. Zorrotzaurre es el nombre que recibe la península que se formó después de la excavación del canal de Deusto. Forma parte, según asegura la cartografía oficial, del barrio de San Pedro de Deusto-La Ribera, aunque la voz de la calle siempre lo han considerado un barrio aparte. Hoy, cuando está transformándose en una isla moderna, al estilo de Manhattan, ya se observan bandadas de nuevos pájaros, de ideas creativas y vanguardistas que van a darle a la ciudad un aire chic y cosmopolita.

Arte y diseño, cultura de vanguardia, las últimas tecnologías… Todas estas aves piden paso en su vuelo, buscan tierra firme sobre la que asentarse en esta isla de inminente creación sobre la que Zaha Hadid, la arquitecta que se enamoró de la ciudad, puso ojitos y todo su conocimiento. La muerte la arrastró en su imprevisible e inevitable riada pero la idea ya había despegado. Bilbao era y es un ejemplo de ciudad que ha sabido mirar a su pasado, reinterpretarlo y dar una solución de futuro en sus calles. La recuperación de la ciudad en torno a la Ría, el tránsito de un ayer industrial a una ciudad de mañana, la imagen icónica que nos trasmite el Gu-ggenheim o la Torre Iberdrola, el diseño vanguardista del metro y tantos otros hitos posicionan a Bilbao como uno de los mejores exponentes de regeneración urbanística. Eso está bien, ¡como no! Pero miren y paséense por las fotografías de este reportaje. Miren y comprueben que hubo un ayer tan prometedor y fecundo como el mañana que se avecina.

Viéndolas –y con ellas, recreándose en lo que fue aquel mundo…– da la impresión de que sobre esas tierras germinará la ciencia ficción. No será así. Supongo que todas las transformaciones que han sucedido en Bilbao vivieron momentos así, entre la incredulidad y el asombro con los cambios llegaban. Y vendrán, claro que vendrán. Pero no está de más que recordemos lo que había antes, la marea que trajo el futuro que tendremos, nada, dentro de un ratito.

Texto: Jon Mugika • Fotos: Mikel Alonso

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