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Toti Martinez de Lezea

Así lo cree Toti Martínez de Lezea Y así lo creo yo en cuanto la veo. Hay timbre en su puerta, pero también aldaba, que me atrae mucho más. Tras unos segundos de admirar la enorme Bouganvilla roja que trepa decidida por la fachada de su casa, aparece una mujer de sonrisa franca y mirada inteligente que irradia gentileza y personalidad.

Entrar en su casa es como abrir una página a la imaginación. Su refugio distrae la atención y todo en el entorno habla de ella. Vigas del siglo XV que toleran con gusto el ordenador, un encantador jardín con cientos de plantas y hierbas que han esperado hasta la primavera para mostrar toda su exuberancia y unas alubias alavesas que se cocinan “a la antigua” en una moderna placa de vitrocerámica. Pasado y presente conviven en perfecta armonía.

Cuando por fin me recupero de las sorpresas que suscitan cientos de libros y cuadros, encantadores rincones y recuerdos, dirijo una mirada inquisidora a Toti.

“El pasado nunca es pasado del todo. Se refleja en el presente, sólo hay que saber leer entre líneas”, me dice con una enigmática sonrisa.

Toti, ¿te interesa mucho el pasado? No, lo que me interesa es la historia. Es la historia la que se ocupa del pasado, de los pueblos, de los aconteceres y comportamientos de los seres humanos a lo largo del tiempo.

Con Todos callaron te has alejado un poco de la historia; de la historia medieval al menos. Sigue siendo historia, pero he abierto otra línea, otro reto. He acercado mis personajes a un pasado más reciente; y ha funcionado. Ya tengo la novela fantástica, la histórica y la actual.

En Vitoria no hubo guerra, pero sí hubo 400 fusilados y una sociedad ahogada por la represión. La guerra sólo se adivina. No la menciono ni una vez en todo el libro. Decidí no ser muy cañera, pero algunos de los personajes de la novela son reales. La Toti les conoce.

¿Qué te llevó a escribir sobre ese tema? Como en tantas otras ocasiones, la cotidianeidad; charlando con mi madre. A sus 92 años sigue tomándose el vermú conmigo y contándome cosas de su vida. Cuando supo que iba a escribir una novela con ese relato suyo sobre Vitoria me dijo: «no te metas».

Percibí que aún había huellas del miedo.

¿Qué es el miedo? Es una forma distorsionada de percibir la vida, una sensación instaurada de desconfianza e inseguridad. Es una reacción que te impulsa a creer que algo malo que has vivido puede volver a suceder. Es algo de lo que difícilmente puedes deshacerte.

¿A qué tienes miedo? A nada. Arriesgo más en la escritura que en mi vida personal, luego no doy pie al miedo. Déjame pensar… sí, tengo miedo al dolor, a morir en una agonía dolorosa, a que mi familia sufra. Eso me ha llevado a estar totalmente a favor de la eutanasia.

Volvamos a tu escritura, ¿tus vivencias, tus experiencias han hecho que vayas cambiando tu forma de pensar o de escribir? Mi forma de escribir sí, ¡naturalmente! Mi forma de pensar, no.

Desde muy jovencita viajé por Europa y aprendí otras lenguas y otras formas de vida. Siempre me ha interesado la historia ─ como ves, es recurrente en mi vida ─ y llegué a saberme “al dedillo” la historia británica o la Revolución francesa. Esas experiencias fueron conformando mi pensamiento… y mi futuro. Conocí a Alberto, mi marido, en Alemania y volvimos a coincidir en Francia. Desde entonces caminamos juntos.

Cuando regresé a Euskadi, me zambullí en esta tierra y en su lengua y ya nunca he necesitado más.

¿Qué te da esta tierra? De nuevo, esta tierra me ofrece historia, lugares incomparables y fantasía. En el 581 no existía Euskadi, solo existían tribus, creencias, la lengua con sus variaciones y el enemigo común. Además de la de Roncesvalles, ganamos la batalla contra los francos.

El Irati, el Ori, Txindoki, Aralar, Gorbeia, Anboto… Tengo siete montañas para siete novelas. Tengo diosa, tengo dragones… ¡qué más quiero! La suerte existe.

¿La suerte existe? Sin duda. Tuve la suerte de tener unos padres que creían en la libertad y que sabían de la importancia de la cultura y del amor.

Tuve la suerte de conocer a Alberto y tuve la suerte de nacer aquí. Sí, creo en la suerte.

¿La suerte nos ayudará a salir de la situación actual? Pienso que no hay que esperar ayuda de los gobiernos. Hay que luchar con iniciativas y con trabajo y sobre todo, con honestidad.

Somos el resultado del judeocristianismo más abigarrado en muchos aspectos.

En lo que a mí respecta, el aborto, la muerte, mi amor por mi pueblo, mi defensa de las clases más desfavorecidas, las minorías, la mujer… todo está plasmado en mis libros. La mujer está presente en todas mis novelas. Su educación, sus derechos, el trato o el maltrato. Mi libro Mareas es un homenaje a la mujer.

En general, mi literatura es un apoyo, mi contribución a las conquistas que tenemos pendientes o que hemos perdido. No abandero batallas personales, pero con mi voto y el nombre que me han dado mis novelas, aporto mi forma de pensar.

¿Qué no has aprendido con el tiempo? No he aprendido a decir “no”. ¿Vendrá pronto otra novela? Sí, pero no estoy segura sobre la trama… Cada año por estas fechas me encuentro con el mismo dilema; comienzo dos o tres temas, los voy desarrollando hasta que, finalmente, uno de ellos me atrapa.

Tengo comenzada una sobre el tema de las reliquias, el “cártel” medieval por las que se pagaban ingentes cantidades de dinero, e incluso provocaba batallas entre países.

Pero también he comenzado otra, sobre un inquisidor. El inquisidor es un personaje que me fascina, ayer como hoy, alguien que verdaderamente se cree en posesión de la verdad, controla, censura, juzga y condena en nombre de Dios o del Estado, que igual da.

Es la maldad personificada.

Pregúntame dentro de un par de meses, ¡y te diré por cuál me he decantado!

¿Cómo es tu proceso de escribir? Busco siempre una melodía, una música que me guste y que sea apropiada para lo que voy a desarrollar. Todos mis libros van unidos a una melodía. Manejo mejor la palabra que el silencio, así que esas notas me van guiando en el relato. Suelo tener una idea general de lo que quiero hacer y me documento, pero la improvisación me atrae mucho.

Es probable que haya visitado personalmente el lugar que me ha inspirado; casi siempre lo hago y percibo sus colores, sus aromas, sus sonidos… La forma en la que me hablan.

El resto, un despacho coqueto lleno de luz y libros, Google y mi ordenador. Entre seis y ocho horas diarias.

Toti, gracias por habernos mostrado tu casa, por tu gentileza y por haber compartido tantas historias, tantas sonrisas. Hemos tenido mucha suerte. Nuestra puerta siempre está abierta a la buena gente.

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