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Pablo Berger

Pablo Berger. Libre y peculiar

El director bilbaíno nunca deja a nadie indiferente. Debutó en el largo con Torremolinos 73, agridulce comedia sobre el nacimiento del porno amateur en España. El reconocimiento le llegó con su versión muda, cañí y en blanco y negro de Blancanieves, que le valió diez Goyas. Este verano ha regresado con Abracadabra, comedia hipnótica que le consagra como un cineasta tan interesante como personal.

Estudiaste en la Escuela San Vicente y después en el Colegio Trueba de Artxanda. ¿Qué recuerdas con más cariño de esa época?
Tuve una infancia feliz. La Escuela San Vicente estaba a la vuelta de la esquina de mi casa y la recuerdo con un cariño muy especial, y además teníamos cine parroquial, fue la primera vez que fui al cine, allí vi aquellas primeras películas de los setenta: Le llamaban Trinidad, Godzilla… En el Colegio Trueba recuerdo jugar al fútbol, era más futbolero que cinéfilo en aquella época. Hice grandes amigos y me suelen invitar a reuniones de antiguos alumnos.

En 1988 dirigiste tu primer corto, Mamá. Se nota la mano de Álex de la Iglesia en la producción. ¿Qué relación te unía a él?
Paseando por los pasillos de la facultad encontré un cartel que ponía “Se va a reabrir el Cineclub de la Universidad de Deusto, las personas interesadas vayan a este aula”. Allí me encontré con un Álex de la Iglesia delgadísimo, y tuvimos una conexión inmediata. Nos gustaba el mismo cine, los mismos cómics, el cachondeo… Nos hicimos muy amigos y compartimos muchas tardes de betamax, cine y fiesta. Cuando escribí el guión de Mamá le encantó, y le dije “¿por qué no eres el director artístico?”, y nos embarcamos en esa aventura. De una manera muy cercana también estaba Enrique Urbizu, amigo nuestro, que ya había estrenado su primer largo, Tu novia está loca. Nos puso en contacto con los productores y así empezó todo, por la puerta grande, ya que ganamos el Festival de Alcalá, el gran certamen de cortos.

Los premios te valieron una beca de la Diputación Foral de Bizkaia para estudiar un master de cine en la New York University.
Estaré siempre agradecido a la diputación por esa oportunidad, cuatro años en la universidad de cine más prestigiosa del mundo. Dejar tu cuarto lleno de pósters de cine e irte a hacer cine de verdad. Vivir, comer, sentir… Descubrí un montón de directores, una ciudad años antes de Internet cuando Nueva York era el centro cultural del mundo, y vi todo tipo de opciones: culinarias, sexuales, gente de todo el mundo… Fue como descubrir otra vida fuera de Bilbao.

Tras el doctorado, ejerciste como profesor de dirección en la New York Film Academy…

Al acabar el master, un amigo mío de la universidad fundó la academia, que en la actualidad es una de las escuelas de cine más importantes. Para mí el mundo académico del cine es clave, yo fui a una escuela de cine y de alguna manera quería compartir las experiencias. Sobre todo porque los directores de cine tenemos que tomar las decisiones muy rápido, es nuestra herramienta, pero el mundo académico es lo contrario, es la reflexión, me hizo reflexionar sobre mi trabajo y mi oficio, y también creo que aprendo yo más que los estudiantes, hay algo que me gusta mucho de ese intercambio.

En 2003 llegaba al fin tu primer largometraje, Torremolinos 73. ¿Cuánto tiempo estuvo en barbecho?
Fue un embarazo muy largo. Escribí el guión en Nueva York sobre el año 97, se lo enseñé a mi mujer y me dijo: “¿Lo quieres hacer en España o en EE.UU.?”, y le dije: “Quiero hacerlo en España”. Cuando volvimos pensaba que con mi título de la Universidad de Nueva York iba a encontrar un productor a todo correr, y resulta que los productores no entendían un proyecto donde pornografía y humor se unen en una recreación de los años 70 (fue antes de Cuéntame). Hasta que encontré a Tomás Cimadevilla, que conocía mis cortos, y me dijo: “Pablo, soy un productor muy pequeño pero si tienes paciencia lo sacaremos adelante”. Y así fue, fueron muchos años pero mereció la pena: se estrenó en el Festival de Málaga, ganamos un montón de premios, fue una de las películas más taquilleras del año, tuve varias nominaciones a los Goya, se estrenó en todo el mundo y tuvo hasta un remake en China.

 

 

Casi una década después, en 2012, estrenabas Blancanieves, cuyo guión tenías ya escrito desde 2005. Te costó llevarla a cabo, pero con ella te llegó todo el reconocimiento: diez Premios Goya.
Hay un refrán japonés que dice: “Si tienes prisa en llegar coge el camino más largo” y así hice. Mereció la pena el viaje, yo soy un director que tiene mucha paciencia, pero para mí lo importante es tener libertad, poder hacer la película con mi equipo técnico y artístico, tener control sobre el montaje y sobre la exhibición y, de alguna manera, estar en cada uno de los detalles. Y así pudo ser, fueron ocho años de proceso pero al igual que en Torremolinos, fue un embarazo largo pero los premios, la taquilla y el éxito internacional han hecho que la película siga viva a día de hoy. Los dos años siguientes a su estreno la acompañé como si fuese la madre de la Pantoja por todo el mundo para promocionarla, después me encerré en mi productora y pensé, “¿qué voy a hacer ahora?”. Siempre he intentado que cada proyecto siguiente sea como un paso hacia delante y que sea algo muy diferente, y de entre todos los guiones que tenía más o menos desarrollados me di cuenta que el más diferente era el de Abracadabra, que es el reverso de Blancanieves.

También has vuelto a contar con Maribel Verdú, ¿se puede decir que es tu actriz fetiche?
Sin duda, es mi musa. Cuando nos conocimos tuvimos un flechazo, la experiencia de trabajar en Blancanieves no solamente nos dio grandes resultados, donde su interpretación es excepcional y le valió un Goya, sino que creo que ha creado un icono como la Madrastra. Trabajar con Maribel es muy divertido, siempre llega al set con ganas de disfrutar, de probar y arriesgar, y parece mentira que una gran estrella que lleva desde los trece años trabajando en nuestra industria, cuya carrera es la historia del cine español reciente, sea moldeable, y acepte la dirección de una manera maravillosa.

Texto: Jesús Casañas • Fotos: Rubén Vega

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