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miguel angel lujua

Mguel Ángel Lujua

Para ascender una montaña hace falta energía, determinación. La vida de Miguel Ángel Lujua, consejero director general del IMQ (Igualatorio Médico Quirúrgico) desde mayo del 2015, ha sido, en contra de lo que pueda parecer a primera vista, una continua ascensión por rampas de máxima dificultad, que, como experto montañero, ha ido superando con gran esfuerzo. Desde el pasado 21 de marzo, fecha en la que falleció su mujer, María Rosario Boada, deberá ascender esas montañas un poco más solo. Lujua -luce impecable traje azul, corbata del mismo color y camisa blanca- se encuentra sentado detrás de la mesa de su despacho y va desgranando los recuerdos que han marcado su vida. Desde muy joven, siente pasión por la montaña, por el alpinismo. Con apenas 20 años ascendió junto a su amigo José Luis Bayón –fueron los primeros en hacerlo– el Naranco de Bulnes por la cara oeste en un solo día. “El alpinismo imprime carácter. El alpinista debe tener mucha seguridad en sí mismo. Está solo en la montaña y debe tomar decisiones sin consultar con nadie”.

Lujua nació en Sestao, “en mi propia casa”, en Vista Alegre, en diciembre de 1952. Su padre, el escultor Nicolás Lujua, que murió joven, le puso de nombre Miguel Ángel como homenaje al gran Buonarroti. “Mi padre era muy nacionalista –recuerda Lujua– crecí viendo como la guardia civil de la época visitaba mi casa en fechas señaladas para controlar a mi padre”. Su madre, Begoña Murga, solía indicarle al padre, subiendo y bajando las persianas de su casa, si tenían una visita no deseada.

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Con apenas 14 años –conserva los mismos amigos de aquellos años–, mientras estudiaba en el Patronato de Sestao, comienza a trabajar en una carpintería. “Fue una época dura –recuerda entornando los ojos–, barnizando, lijando o subiendo muebles a las casas por el día y estudiando por las noches”. Quizá hubiera sido un buen carpintero si su madre y su hermana no le hubieran orientado y apoyado con la determinación con la que lo hicieron. Fueron las personas que le indicaron que debía seguir estudiando contra viento y marea. “Me he hecho a mí mismo, no me ha quedado más remedio que formarme. He crecido a base de esfuerzo”.

Acabó el bachillerato, como deseaba la madre, y se matriculó en la Facultad de Económicas de Sarriko. Con 18 años recién cumplidos, comenzó a trabajar al mismo tiempo que estudiaba en la planta siderúrgica de Nervacero, que estaba en plena construcción. Su primera misión consistió en tomar nota de los albaranes y apuntar las matrículas de los camiones que iban al descampado donde comenzaba a crecer la fábrica. Al cabo de unos años, acabó siendo director de Recursos Humanos de la compañía. “Tuve que aprender todo, de manera autodidacta, lo que significaba ese cargo. Nadie me había explicado en qué consistía las relaciones con el personal”. La vida no deja de ser una continua superación de obstáculos. Durante un año se paró la fábrica y a él no le quedó más remedio que dejar de acudir a la Facultad. Siete años después, reinició su carrera de Económicas.

En 1982, pasó a ser jefe de personal de Altos Hornos de Vizcaya en Ansio. Entonces, AHV era una empresa que parecía que duraría toda la vida. Su ascensión, por méritos propios, prosiguió de manera tranquila, pero firme. Llego a ser director de Recursos Humanos de Altos Hornos en toda Vizcaya. “Fue una época dura –prosigue su relato-, apasionante, controvertida”. Le tocó, una experiencia que fue un máster en la vida, hacer la reconversión de AHV y poner en marcha la Acería Compacta. “Tuve que viajar, y lo hice con los representantes sindicales, por varios países para ver cómo eran otras acerías. En esos viajes nos dimos cuenta que la empresa vizcaína estaba tocada de muerte”. Las siderúrgicas de otros países eran plantas mucho más grandes, con mejores condiciones para competir, lo cual hacía inviable una planta como AHV. La única posibilidad era cerrar ordenadamente la empresa sin que el coste social fuera alto. “Fueron años en los que hablamos mucho con los sindicatos. El diálogo fue esencial para que todo acabara bien”.

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En 1998, comenzó una nueva aventura profesional en Mutua Vizcaya Industrial, donde fue el responsable del área externa, comercial y de prevención. Otra época frenética. Le tocó, junto con los demás responsables de las otras mutuas del País Vasco, hacer la integración de todas ellas en la Mutua Vasca, a la que se bautizó como Mutualia. En 2011 fue elegido, como hombre de consenso, presidente de Confebask –la patronal vasca–, cargo que ostentó hasta el 2015. “En este cargo hay que ser conciliador, hay que poner en común los intereses de las tres territoriales y obrar en consecuencia”.

Desde 2015 es el consejero director general del IMQ. “Necesitaba un nuevo reto en mi vida”. Es un grupo complejo, que cuenta con clínicas, residencias de la tercera edad, prevención de riesgos laborales y aseguradoras, donde trabajan más de 2000 personas y cuenta con 1100 socios y 343 mil clientes. “Trato de hacer un equipo y un proyecto para las próximas décadas, de hacer una empresa un poco mejor”. Se trata de hacer una cordada que ascienda al unísono, abrir una nueva vía por donde ascender a la cumbre.

Texto: Txema Soria • Fotos: Hibai agorria

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