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La costa de Bizkaia

Acantilados de vértigo, rocas intensamente plegadas por las fuerzas del planeta o islotes cortados a cuchillo por el oleaje y habitados tan solo por gaviotas, cormoranes y otras aves marinas; así es la costa de Bizkaia, una línea de unos 80 km de longitud que discurre de oeste a este desde Muskiz hasta Ondarroa, un segmento cantábrico que combina lugares exageradamente humanizados con otros salvajes y de una extrema belleza.

Es imposible visitar esta geografía fractal en un único viaje, por lo que en estas líneas solo se describe una arbitraria muestra de los muchos enclaves que existen en nuestro litoral.

De las Encartaciones a Uribe Kosta
Nuestro recorrido comienza en los acantilados de Kobaron, situados junto a la conocida playa de La Arena, ambos en el municipio de Muskiz. Una vía verde muy transitada, Itsaslur, permite disfrutar del verde roto por el oleaje y observar además restos de construcciones mineras, testigos de la actividad industrial en torno al hierro que se desarrolló aquí hasta mediados de los años 60 del pasado siglo. Entre ellos destacaba hasta hace bien poco el cargadero de mineral de El Castillo, pero lamentablemente fue destrozado por un temporal en 2008.

Por el este despunta el monte Serantes, cumbre que nos permite ver la amplia desembocadura del Nervión, aunque tenemos una alternativa que exige menor esfuerzo en la otra margen, en Getxo. Allí estan los acantilados de La Galea que ofrecen una excelente vista de la bocana de El Abra. Al anochecer, esta se ilumina con cientos de luces del superpuerto de Bilbao y las de los enormes metaneros y petroleros que entran y salen de la Bahía de Bizkaia. Una visión futurista aumentada por los molinos eólicos de Punta Lucero que se recortan en el horizonte.

A poco que caminemos desde La Galea por el amplio camino que bordea la escarpadura, podemos descender con precaución a la cala de Tunel Boca y posteriormente a la playa de Azkorri o Gorrondatxe. Las dos comparten una curiosidad: unas capas horizontales de arena endurecida denominadas playas cementadas. Podría parecer que tienen millones de años de antigüedad, pero no. Y es que contienen escorias, vidrios y otros materiales provenientes de la actividad industrial del pasado siglo y que señalan su juventud. Entre los restos destacan los ladrillos refractarios de diversos colores con las marcas de sus fabricantes y que fueron utilizados en la fundición del hierro. Arrastrados por las olas, estas reliquias industriales afloran entre la arena y los cantos, dando un toque de color al lugar.

Continuamos hacia oriente y llegamos a uno de los lugares más fantásticos de nuestro litoral: la franja que comunica las calas de Meñakoz y Barrika. En la primera se encuentran unas enormes rocas esféricas de color verde oliva; son de lava y surgieron de una erupción volcánica submarina cuando nuestra costa comenzaba a emerger. Si es bajamar, es casi obligado continuar hacia la playa de Barrika en un recorrido algo caótico para disfrutar del gran espectáculo de las tensiones del planeta: los increíbles pliegues en acordeón de Barrika, tan perfectos como famosos entre los geólogos. Fueron creados por las colosales fuerzas del plegamiento alpino, acaecido hace unos 30 millones de años y que además de levantar los Alpes y los Pirineos también doblaron como el papel estas capas rocosas.

De Urdaibai a Lea-Artibai
El viaje salta ahora a las tierras de Bakio y Bermeo para admirar uno de los lugares más iconográficos de la costa bizkaina, San Juan de Gaztelugatxe y el islote de Aketz. La belleza intrínseca de este enclave y su aparición en la serie Juego de Tronos han provocado tal aumento de turistas que las autoridades han tenido que regular su visita, dado que se trata de un Biotopo Protegido. Ascender sus 241 escalones, llegar a la ermita de S. Juan y tocar tres veces la campana para pedir un deseo es ya un ritual para todo el mundo. Por otra parte, si alguien quiere disfrutar de las grandes olas rompiendo contra tierra firme, este es un lugar muy apropiado.

Discurrimos hacia el este en busca del cabo y faro de Matxitxako, punto más septentrional de Bizkaia. Además de las vistas hacia Gaztelugatxe, desde aquí se pueden avistar delfines y ballenas (los especialistas han identificado hasta 24 especies), eso sí, provistos de prismáticos y cuando el mar está en calma.

Poco después, nos topamos de bruces con otra joya de Bizkaia: Urdaibai, un mosaico de paisajes en el que destacan los pueblos marineros de Bermeo y Mundaka, la isla de Izaro, el río Oka culebreando entre las marismas y las playas de Laida y Laga, esta segunda al pie del imponente peñasco de Ogoño. La inclusión de Urdaibai en la red de Reservas de la Biosfera de la UNESCO deja clara la importancia ecológica de este enclave en cuyo estuario viven y se refugian miles de aves autóctonas y migratorias (los amantes de la ornitología deberían visitar el observatorio ornitológico Urdaibai Bird Center, en Gautegiz-Arteaga).

Pasamos al otro lado de la ría de Mundaka y tras dejar la playa de Laga continuamos hasta Elantxobe, pueblo de aspecto pirata cuyas calles descienden con fuerte pendiente hasta el pequeño puerto pesquero, bien protegido de las borrascas por el farallón del monte Ogoño, que se hunde verticalmente en el mar. Nos acercamos ya al extremo oriental de Bizkaia donde destacan por su importancia dos pueblos costeros: Lekeitio y Ondarroa. Pero es hora de finalizar este viaje y lo haremos en un lugar especial ubicado en el municipio de Ispaster: la pequeña playa de Ogella.

Relax de bañistas y paraíso de surfistas, cuando el agua se retira en la bajamar surgen extrañas formas rocosas, entre ellas unas pequeñas pozas que parecen diminutos cráteres; es entonces cuando este coqueto lugar adquiere un aspecto casi lunar. Un buen final para esta ruta por la costa de Bizkaia.

Texto y Fotos: Jon Benito

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