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Jardines Secretos

Desde hoy y hasta finales de octubre se abren fechas idóneas para disfrutar de la naturaleza. Muy cerca de nuestros centros urbanos, incluso dentro de ellos, existen grandes jardines o pequeños bosques civilizados.

Algunos son muy conocidos, como el Parque de Doña Casilda Iturrizar, otros forman parte del vasto cinturón verde de Bilbao y unos terceros se encuentran en parcelas de propiedad privada, azoteas o urbanizaciones cerradas. Sin embargo, a menudo se nos escapan espacios próximos, visitables y que nos pueden sorprender. Son los jardines secretos.

Jardín de la Casa de la Misericordia

Una valla de hierro forjado rodea toda la finca. Por eso es raro que quienes aman la umbría, el espectáculo de las hojas y el sonido del correr del agua crucen la puerta del número 2 de la avenida de Sabino Arana. Pero es un espacio público. Maravilloso. Y ráramente frecuentado. Quizá alguien de la propia Casa de Misericordia. A lo sumo, una veterana lectora de poesía americana.

Sin embargo, se trata de un magnífico ejemplo de jardín romántico que data de finales del XIX. Parece que, en cualquier momento, se asomará alguien con un bombín, protegido por un mostacho engomado y embutido en un traje de tweed de tres piezas puesto sobre una camisa blanca con cuello de celulosa. En sus 16.000 metros cuadrados encontraremos tilos, magnolios, falsos castaños, sauces, acebos o plataneros además de laureles, adelfas o camelias. Todo organizado en setos y parterres y animado por una fuente de cuatro pisos.

Los jardines de la Misericordia se encuentran en una de las avenidas más anchas y transitadas por el tráfico de Bilbao. Muy cerca de la siempre revuelta Plaza del Sagrado Corazón. Basta caminar un par de metros al otro lado de la valla para dejar de escuchar zumbidos, chasquidos y motores. La brisa que sube desde la Ría se filtra entre las ramas. Trina un pájaro. Cruje, apagada, la grava. Las hortensias perfuman la calma.

El Jardín Botánico de Barakaldo

La naturaleza toma extraños caminos para vengarse de la industria. Es el caso del Jardín Botánico de Barakaldo. Reverdece una lengua de tierra entre Megapark, el BEC! y el curso del Castaños cuando empieza a llamarse Galindo. Es el corazón de un territorio que fue violentado a conciencia y sin piedad durante la explosión industrial. La marisma rellenada, desecada, cimentada y cubierta de factorías siderúrgicas o químicas. Metales, combustibles, pinturas, lejía y compuestos de todo tipo corrieron por toneladas y metros cúbicos.

Hoy, la avenida Gernikako Arbola rodea un espacio de 60.000 metros cuadrados en los que se puede disfrutar de más de 300 especies vegetales. Incluído un coqueto laberinto de seto como los de las películas. Este es un parque botánico adolescente. Los árboles tienen que ganar grosor y corteza. Pero, ¿por qué visitar el Jardín Botánico de Edimburgo y no el de Barakaldo?

 

Dispone de siete accesos con nombres como Puerta de la Primavera, Puerta del Otoño, Puerta de los Frutales o Puerta del Bosque Autóctono. Hay un bosque de árboles frutales, un boulevard de las rosas, un jardín exótico, un jardín del lago, un huerto. Abedules, manzanos japoneses, olmos, cedros del Líbano y del Himalaya, falsas secuoyas, peonias… Y una parada del Metro muy cerca.

El bosque enano de Güeñes

En la localidad encartada de Güeñes, muy cerca del ayuntamiento, se esconde un pedacito del espíritu de Japón. Es privado, pero visitable. Encontraremos tres centenares de bonsais organizados a la manera de un jardín tradicional nipón. Algunos de esos minúsculos árboles son independientes, otros forman parte de paisajes simulados.

 

Miles de horas de cuidados, podas, riego milimetrado y mucho conocimiento se acumulan en este bosque que produce una sensación muy particular. Hay frutales que han florecido, quizá aquél muestre un par de melocotones en su ramas, y todos proporcionan la posibilidad única de observar un enorme árbol desde más arriba de su copa perfectamente desarrollada.

 

Ofrecen visitas guiadas y la ceremonia oriental del té. Acércate cualquier día menos los domingos, cierran.

La pradera baja de Artxanda

Uno de los lugares con más encanto de la Villa de Don Diego se encuentra en la ladera de Artxanda. Es un parquecito en pendiente. Se desploma sobre el puente de la Salve. Cuenta con su fuente, un cartel explicativo de la orografía que se recorta en el horizonte y un arbolado salpicado de jóvenes robles y otras caducifolias. Hay algún banco. Y un par de mesas de merendero. Todo a no más de un tercio de Artxanda. De vez en cuando se siente cómo transita el funicular al otro lado de una floresta lo vuelve invisible. Las flores silvestres colorean el verde de la pradera.

 

Pero aquí, el jardín es la propia ciudad. Desde este balcón natural se escucha Bilbao. Y parece que, alargando la mano, se puede tocar el Guggenheim, San Mamés o las Torres de Isozaki. Se distingue a quien rema en la Ría. Y cualquiera puede caer en la tentación de saludar a este o aquel paseante de la Avenida de las Universidades. Senderos de tierra o grava conducen a este prado sin nombre. Y todos conectan con la urbe, por Ciudad Jardín, Vía Vieja de Lezama o Deusto.

 

Existen mil lugares más. Como el tramo donde el Parque de Etxebarria cuelga sobre la plaza del Gas y la calle Sendeja; o el parquecito recoleto que sorprende en la parte norte del viejo andén de la antigua estación de tren de Deusto; o el jardín vertical del talud de la calle Jardintxikerra, entre Amézola, La Casilla y Rekalde; o el también jardín vertical del patio de la residencia para personas mayores de la calle Pérez Galdós.

 

Sin embargo, el más secreto jardín de Bilbao se encuentra a la vista de todos y se ha convertido en un símbolo de la ciudad. Es Puppy, un original jardín vertical.

Texto: Jabier Gamboa

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