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Funicular de Artxanda. Un incansable jovencito de 100 años

Tres minutos de contraste, a cinco metros por segundo… et voilà. La transformación de tu día en un efecto casi hipnótico. Y porque las cosas brillan a diferentes temperaturas, tú decides si tacón o deportivas, corbata o sudadera, hierba o baldosa. Sea cual sea tu opción, nuestro querido funicular te dedicará una acogida entusiasta. El funicular de Artxanda, que sigue vibrando a ritmo de idas y venidas de curiosos, asiduos, ociosos y turistas. A ritmo de sol y agua. A ritmo de tiempo y aire limpio.

Pero, no todo fue tan fácil en el pasado. A finales del siglo XIX y principios del XX se percibía un vigor latente y poco contenido. Muchos bilbaínos subían al monte Artxanda para respirar y disfrutar de una jornada de esparcimiento y diversión. Hacía unos años que se habían creado en el lugar un casino para gente distinguida y varios ‘txakolis’ más populares; así que era necesario unir la Villa con el monte para facilitar el acceso.

En 1901, Bernardo Jiménez ideó el proyecto de un tren cremallera que partiría de la nada y que debería lograr ese acercamiento. Buscó financiación durante años… pero la idea fue muy cuestionada y no tuvo éxito.

La época de un Bilbao en expansión, la evolución arquitectónica y los cambios sociales nos ofrecen unas coordenadas fundamentales para entender lo que iba ocurriendo en la capital vizcaína. Se enfrentaban con dureza dos principios: el de conservación y el de progreso.

A lo largo del siglo XIX empezaron a montarse los Altos Hornos y, con esta industrialización y el impulso de la burguesía en empresas siderúrgicas y navales, aumentó enormemente la densidad de población. Se creaba un Bilbao moderno que conducía inevitablemente a un envilecimiento de las condiciones laborales y sociales, y a la explotación máxima de los recursos naturales.

Se construyeron edificios emblemáticos como el Teatro Arriaga (reconstruido en 1919 tras el incendio de seis años atrás), La Bolsa (1905) y La Alhóndiga (1909).

El Club Deportivo Bilbao tuvo la iniciativa de los recorridos de las Fuentes del Tarín para que la gente se iniciara en la saludable práctica montañera y hacer de ese deporte algo habitual. También se aprobó abrir un concurso en el que los socios debían acreditar haber coronado los picos más altos para ganar la medalla de alpinista. En 1914, el Athletic ganó la Copa del Rey por quinta vez.

Unamuno escribía artículos muy críticos y contradictorios para el Bilbao de esa época de desconcertante versatilidad: “Un Bilbao caótico y aplatanado. Como la juventud no traiga otro espíritu, hay que desesperar de este pueblo corrompido por la riqueza y el sport. Los señoritos son su peste. ¡Arriba mi Bilbao, que el porvenir es tuyo!”.

Sin embargo, ante todo esto, permaneció un enfoque de utilidad y debieron de pensar que era entonces o nunca; así que en 1915 el proyecto de Evaristo San Martín y Garaz desplegó todo su muestrario de seducción y la Dirección de Obras Públicas aprobó por fin la construcción del funicular.

Como experiencia iniciática, entre el diseño y la finalidad, se optó por la experta maquinaria suiza diseñada por la empresa L. Von Roll, especialista en este tipo de trenes de montaña. La constru-cción de los vagones se encargó a los talleres de Mariano Corral, apenas a ochenta metros de distancia. Para regocijo de todos y bajo algunas normas de obligado cumplimiento, el 7 de octubre se realizó el primer viaje: “No usuarios en estado de embriaguez. No bultos mal olientes y armas de fuego. Puntualidad y salida con toques de campana. No a la falta de respeto ni a expresiones soeces”. Por pocos céntimos de peseta, se transportaban productos de la huerta para su venta y animales para el matadero, se organizaban verbenillas, ‘Txakolis’, y hasta el Akelarre de la noche de San Juan.

En el mirador de Artxanda se muestran dos esculturas que rememoran el comienzo y la embestida que sufrió el emblemático funicular en la guerra civil: El Engranaje y La Huella. Esta última, la entiende su autor Juan José Novella como “un elemento humanizante que pretende dar cabida a todo el mundo y cuyo mayor potencial radica en la posibilidad de hacer reflexionar”.

Cuenta Javier Arguello el chiste de un lugareño que subió al monte Artxanda, desde donde se ve todo el ‘Botxo’ y que, al observarle tan extasiado, un amigo le preguntó que qué hacía allí mirando tanto tiempo. “Nada -respondió éste- quería ver cómo se ve Bilbao sin mi”.

Texto: Gloria Esteban • Fotos: Hibai Agorria y Funicular de Artxanda

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