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Bilbao plano detalle.

Bilbao cual plató de cine, está teniendo cada vez más presencia en el séptimo arte y en la publicidad. Fácil será ver en alguna película de cartelera, escenas rodadas en Bilbao o anuncios de televisión que tienen al Botxo como plató de rodaje. Hemos elegido una serie de imágenes que por la ubicación en la que se encuentran, el tránsito de las personas que las observan y los detalles que ofrecen, son dignas de un plano corto que nos hará pensar… ¿Dónde he visto esta imagen? Juega con nosotros y averigua en qué punto de Bilbao se ubican.

Este pez férreo, dorado, señorial, testigo de concentraciones, reivindicaciones, manifestaciones y bodas. Fiel observador de todo cuanto acontece en la casa de la Villa. Su aspecto oriental, recrea un lugar multirracial y nos castiga con sus silencios de hielo.

Quizás la última llamada, el último teléfono de una generación anticuada. Anclada de pie a una vida móvil y sin demasiado futuro, que lucha por sobrevivir, olvidándose de vivir. Una cabina, un oasis como un beso húmedo en la mejilla, con el que todos anhelamos para que alguien nos eche de menos.

Un estanque de ranas donde la contradictoria vida puso antes aquí una playa, un arenal, un varadero de embarcaciones y astilleros. Junto al eje vertebrador de la Villa, que no es otro que la ría. Una rana que muere por soñar que la sueñen, una rana en un estanque que croa mudamente para atraer y reproducirse.

Un rostro sin mirada, que coquetea con la realidad, pero no se hace a ella. Habita un parque, que como tal se llena de árboles y fuentes. Donde el viento sopla con aires prestados, acercando la letra pequeña de la vida. Esta cara pétrea pero frágil, donde la soledad le muerde el corazón.

Angelical sonido escuchamos, cuando una “urbana” batuta armoniza los domingos matinales. Si levantamos la vista y enfocamos en nuestros ojos una mirada intensa. Será fácil contemplar las notas que por el cielo ondean y se enarbolan. Notas sin orgullo ni vanidad, que mueran ahogándose en la ría. Que ríe y baila, que sube y baja con sus mareas en su salada gracia. Y desde aquí arriba, este Ángel, sigue haciendo volar su música que si abres bien tus oídos, llegará hasta ti.

Casi desnudas y sugerentes. Sujetando sobre sus cabezas los pilares de una cultura, que entre comedias y dramas desa-rropa la ignorancia. Desvisten y despojan el desconocimiento, la cultura en una plaza que atrae, junta y convoca a turistas y lugareños. Ponen esa cara como cuando no quieres mirar a alguien y no miras. Y así dice, ojos que no ven… Pero sigue latiendo en sus rocosos corazones las vidas de los que han conmovido.

Este león egipcio que refresca gaznates de trasnochadores noctámbulos y tempraneros madrugadores. Este león, fuente que abre los ojos a la vida con mayúsculas, vive entre abrazos y olvidos. Esta es la historia de un león frustrado al que todos reconocen como perro. Fruto de la poca ilustración e ignorancia cuando en la Villa se instaló, ya que nadie sabía ni había visto un león. Esta era utilizada para lavar a los animales que se llevaban al mercado.

El niño que con un libro en la mano inclina el gesto, consigue el propósito de ignorar su desnudez. El libro está en su mitad y la historia tendrá un final. Como las hojas de estos árboles que arropan la desnudez cándida e inocente. Las personas solo somos malas cuando nos vemos amenazadas. Y estos árboles de hoja caduca, que nos permiten contemplar el paso de las estaciones en medio de Bilbao, son ajenos a las amenazas y maldades de un humano que cambia el libro por la tablet.

Figurantes sin frase son los protagonistas de este juego de tronos, que presiden desde el puente que olvida la realidad. Fieras con alas que miran dos realidades muy distintas; una multirracial y emigrante, otra lugareña y provinciana que cree sus propios cuentos. Fieras que sujetan la luz que guía e ilumina cuerpos con lencería de seducción. Fieras que vieras, si durmieras soñando.

El Athletic ha sido durante muchos años el Rey de Copas. Esta que orgullosa se muestra inmodesta, altanera con jactancia y suficiencia, reside en un lugar, en un “sitio” de los más visitados en la Villa. No en vano, la primera sede del Athletic, estuvo al lado. Millares de miradas se clavan en su trazo, pero ella se siente abandonada, invisible. Y lo peor que le puede ocurrir al género femenino es sentirse ignorado.

Desaparecemos, la especia humana pese a optimismos alegres se extingue. Quizás cien años, alguno más. Y nos convertiremos en monstruos como el de esta gárgola que quién diría, engalanan uno de los dos edificios góticos que tenemos en Bilbao. Un perro con mollera humana, en un gesto de dolor y fastidio, portica la entrada de un rezo, una oración para quizás salvarnos de una aniquilación con fecha de caducidad.

Quiero imaginar que es un murciélago que cual marca de ron, despoja nuestra sed, en momentos mustios y extenuados: donde nuestro gaznate ansia el beso de una agua reponedora. Agua protagonista en este espacio, en este rincón con un lago central lleno de ovíparos polígamos y palmípedos, que son la atracción de criaturas y acompañantes. Esta fuente nos abriga y acoge, en su forma y trazo invitándonos a beber de su sustancia. ¿La has probado? Dicen que rejuvenece.

Esta placa que hoy se exhibe como un triunfo de una ciudad que supo superar, que supo salir a flote de una riadas llenas de sueños sin estrenar. Un recuerdo que reza junto a una iglesia. Una inscripción de pasado que deja huella en un perdido presente. Una marca, una muesca que abre los ojos hacia el alma donde flotan las emociones. Una placa en una iglesia que trata de abrazar aquella pena que es tan nuestra.

El tiempo corre raudo y veloz como un mensajero. Aquí entre dos caminos se queda detenido. Preside una de las calles más concurridas y transitadas del Casco Viejo bilbaíno. Un reloj que respira pero sus agujas cierran los ojos al estrés, a la ansiedad. Se siente atado como el nudo de una zapatilla, pero se alegra con el repicar de las campanas de una catedral que revela y desvela un Bilbao beato.

Una barandilla que une dos puentes sin que te lleve la corriente. Hierro, que durante algún tiempo fue seña de identidad de un pueblo que luchaba por prosperar. Laureles que presagian victoria. Un radio continuo, aire pegajoso que sopla entre sus orillas. Una imagen que nos traslada desafinada, al quiosco musical, para descubrir lo que hay a ambos lados de todas sus orillas.

Dos maceros, que cual reyes del naipe, sujetan su triunfo sin hacer un envite. Una corona que reina las calles de una ciudad que alardea de Villa. Emociona recordar el trajín de las gentes con ellos como refrendarios de una cotidianidad discreta. Quietos, inmóviles sin ademanes de grandeza, guardan los secretos, de todas aquellas personas que caminamos bajo su mirada.

Unas hojas geométricamente situadas. Un espacio de partida, de salida a horizontes cercanos. Todo viaje tiene de por sí un poema que destila un sujeto, verbo y predicado. Una tentación que huele a escapada. Colores que alegran un sencilla hoja de árbol, acompañada por un fruto, cual viajero, que marcha sin destino.

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