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Astarloa

En el capítulo octavo de El Quijote cervantino, el Caballero de la Triste Figura mantiene un enfrentamiento con un caballero vizcaíno. Este suceso -y el capítulo que lo contiene- no queda concluso, a la manera que un purista como Cervantes nos tiene acostumbrados: una vez la justa ha acabado, no volvemos a saber nada más del caballero euskaldun. Tomando como base ésta ausencia, se estructura un apócrifo de Cervantes (como es el Quijote de Avellaneda) y que aprovechando una elipsis del propio D. Miguel (un manuscrito arábigo) y una consecuencia de la justa (la amistad del citado caballero con Alonso Quijano) se desarrolla “una conciliación entre la figura aplastante de Cervantes y del Quijote con el mundo cultural vasco”.

D. Sancho de Azpeitia, que era el nombre del vizcaíno, invita a D. Alonso a visitar el País Vasco. D. Sancho necesitaba una probanza de hidalguía, toda vez que iba a marchar a Sevilla como escribano y quién mejor que un caballero de límpida sangre como D. Alonso Quijano para ayudarle en el complejo proceso genealógico y heráldico. Así nace “Don Quijote en Vizcaya”. Imprescindible. La acción se desarrolla en 1580, edad de Oro de la cultura vasca del Renacimiento, con lo cual, los Ercilla, los Martín de Azpilicueta, los Esteban de Garibay son interlocutores de nuestra alegre pareja de viajeros. El libro intercala deliciosos fragmentos originales de dichos autores a modo de culto diálogo con los protagonistas. Don Quijote visita 50 lugares emblemáticos del País Vasco, lo que el apócrifo aprovecha para dar una lúcida y lucida descripción de cada uno por aquellos años, época en la que “vizcaíno” identificaba al “vasco”, en el “Don Quijote en Vizcaya”, se ha respetado la iconografía de la época y el lenguaje de la época, con pequeñas concesiones al lenguaje actual en aras de hacerlo más accesible al lector. Espléndido papel, formato de gran folio, profuso de ilustraciones, tirada numerada… ven fin, todos los parabienes. Una preciosidad. El embarcarse en semejante proyecto (se han tardado cinco años en escribirlo), es el musculoso esfuerzo de los profesionales de la Librería Anticuaria “Astarloa”. Fundada en 1992 por Javier Madariaga coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Barcelona y con un recambio generacional en los libreros de Bilbao y ayudada por la bonanza económica y la eclosión del interés por las piezas bibliográficas de categoría. Así mismo, se cerraba el ciclo de los encuadernadores en la capital y Javier aprovecha las sinergias, con otros miembros de su familia, de la doble oferta: libro antiguo y taller de encuadernación y restauración. Una fascinante combinación. Su especialidad -nos comenta Javier- es el libro vasco. Aún reconociendo que la producción de libro vasco desde el siglo XVI hasta el XX ha estado muy desatendida, el resurgimiento de la cultura vasca, de la mano de la busca del acerbo cultural- como la dotación de las bibliotecas de las Diputaciones- coloca a la librería Astarloa en una posición inmejorable. El espectro de oferta de Astarloa, se completa con dos joyas: los manuscritos iluminados y la historia y la genealogía. Podríamos establecer una horquilla temporal entre el siglo XIV hasta 1975/80. En mi visita he tenido el privilegio de contemplar un bellísimo ejemplar iluminado de una probanza de sangre dotada del sello real que realmente te transporta a pretéritas cuitas junto con un delicado libro de horas (libros de horas siempre bajo sospecha inquisitorial, pues sus textos estaban trufados de interpretaciones del autor). La librería tiene aún tiempo y ganas de explorar en el mundo editorial. De forma anual, y bajo la denominación de “Colección Okoriko“, Astarloa encarga a autores de prestigio reconocido la puesta en marcha de un volumen que recoja aspectos poco conocidos de la historia vasca. Naturalmente el equipo de Astarloa compila, maqueta y da el digno pulimento a éstas obras de alta categoría. Especializados en la recuperación de archivos, por las manos de Xavier -según él mismo nos confiesa, orgulloso- han pasado manuscritos de los más importantes autores (Gonzalo de Berceo, Quevedo…) así como, todas las Firmas Reales o Documentos Reales desde Alfonso X. Pero aunque ya sólo con este bagaje podríamos calificar de gigante, la labor bibliográfica de Astarloa deriva hacia la imagen antigua (fotografía, grabado, estereoscopía…). Es impactante ver las cámaras de visión en relieve (estereoscopios) o los kinetoscopios, que en perfecto estado, decoran este espacio donde la luz cenital y el movimiento volumétrico de sus instalaciones, el brillo de la piel de los lomos estampados en oro y la amable calidez de sus hierofantes, hacen de Astarloa, Librería Anticuaria, un lugar fascinante. Ni que el cambio generacional considere al libro antiguo un objeto arqueológico, que se demande cruda información y no conocimiento, que el facsímil y la recesión amenacen tras las cortinas, hacen temblar el pulso firme de sus responsables. Yo, personalmente, les deseo un gratificante, continuado y jugoso éxito. Hasta siempre.

Texto: Antonio Terán y Pando – Fotografías: Astarloa. Librería anticuaria

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